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La nacionalidad es tema de antaño

La nacionalidad es tema de antaño

 

La sentencia del Tribunal Constitucional  puso sobre el tapete una controversia más de una coyuntura histórica en el asunto de la identidad, que se ha hecho presente desde los albores del proceso de  conquista y colonización.

Pura Emeterio Rondón

 

La sentencia del Tribunal Constitucional No 168-13 puso sobre el tapete una controversia más que coyuntural histórica. Con distintos ribetes el asunto de la identidad se ha hecho presente desde los albores del proceso de conquista y colonización, hasta el presente.

Ahora bien, el fragor de esta controversia sugiere la pregunta por el “alma nacional”. Me adelanto a advertir que no se trata de un asunto metafísico ni de buscar esencias ahistóricas. La indagación que planteo es en torno a algo que precisamente se construye en la historia.

Es ese “carácter”, ethos, que va forjando cotidianamente una comunidad que vive en un espacio geográfico; marcada también por hechos históricos que van originando modos de ver, de hacer, de pensar la realidad, o quizás mejor decir, las realidades.

Y así se construye como segunda naturaleza la cultura, cultura que va formando lazos articuladores de los sujetos, incluso más allá de su propia consciencia y de las contradicciones e interpretaciones individuales y grupales.

Justamente, es lo que el historiador mexicano P. González Casanova, en “La sátira de la Ilustración”, llama pueblo: “ Es un pueblo que se hace cargo del tiempo nacional, de la variación política, y moral, social y filosófica, que caracteriza los distintos periodos de la patria (…)”.

El pueblo que describe González Casanova está integrado por individuos de distintas clases sociales, hombres de clase media, criados y plebeyos, que tienen relaciones poéticas permanentes y un lazo de unidad espiritual”. Quiero subrayar el aspecto de la “diferencia”, dentro del conjunto pueblo que maneja este historiador.

Sabemos que nada humano es plano ni uniforme. Unidad y variedad son condiciones intrínsecas a todos los seres y el humano no podía ser la excepción.

Al hablar de un pueblo formado por distintas clases sociales no intento de minimizar, mucho menos de ignorar el significado de pertenecer a una u otra clase dentro de la misma sociedad.

Pero si oponemos, como es frecuente, consciencia de la identidad nacional, a sentido de las luchas y conquistas sociales, es bueno tener presente que quien no descubre, acepta, y valora la propia identidad, quien no tiene una autoimagen adecuada, le resulta más difícil lograr lo que quiere. Y lo que ocurre al individuo también acontece a los pueblos.

Pues bien, observo que el alma nacional, ese espíritu colectivo forjado por una comunidad a través del tiempo, en la República Dominicana está diluido, mermado, escondido, desdibujado. En cambio, ha sido sustituido por la indiferencia, la evasión la indolencia, el vacío o la superficialidad.

Y en casos extremos, pero frecuentes, lo ha suplantado el autodesprecio, la autodestrucción. Por lo tanto, pareciera que se pierde el instinto de conservación, el instinto de conservación colectiva.

Cuando esto ocurre a una persona, estamos ante un trastorno de la conducta, algo que va contra la tendencia natural de ser humano. Creo que esta situación, ofrece a profesionales de la conducta, a los antropólogos, o a investigadores con el instrumental apropiado, materia para una interesante investigación.

He vivido en varios países y pese a lo común que es la mentalidad de colonizados en América Latina y el Caribe, en ningún país he apreciado un síndrome de autodesprecio, de autodestrucción o aniquilación, en algunos casos, tan hondo como lo percibo aquí.

Es como si la fuga de los valores que en general se acusa en todo el mundo, en este país hubiera barrido o quisiera barrer también los valores patrios. Y aquí hablo exactamente de eso; de valores patrios, no de aberraciones ni de bestialidades antihumanas.

Entiendo que debemos ser críticos y autocríticos, involucrarnos en proyectos políticos o de otra índole, con miras a mejorar y/o cambiar el estado de cosas del país, pero apoyar, solicitar, establecer alianzas dentro y fuera, y no cejar hasta ver al país desacreditado, condenado internacionalmente, una y otra vez por organismos que no se atreven a acusar a los verdaderos culpables del descalabro mundial, a países poderosos que tanto han contribuido a la actual situación de Haití, a aquellos que sí tienen impagable deuda moral y material con el pueblo haitiano; tener esa actitud agresiva contra su propio país, es una aberración que sólo viéndola se puede imaginar. Es destruir la casa que da hogar y cobijo a todos, por estar en desacuerdo con algunos.

 

Pero obviamente, esta actitud tan generalizada no puede ser producto del azar. ¿Cuándo comenzó? ¿Será que no hubo adecuada asimilación de algunas teorías, como el marxismo, por ejemplo?

¿Acaso algunos postulados de la postmodernidad son aplicados al país sin tener en cuenta el contexto? El problema de la migración, de tanta actualidad, ¿se podrá procesar aquí igual que en Estados Unidos y Europa?

 

¿No habrá llegado el momento de desconstruir, de revisar a fondo planteamientos desgastados, de dejar a un lado ciertos clichés y pensar el país desde otras herramientas y sobre todo desde su propia especificidad? Formulo estas preguntas pensando en dominicanos/as que tienen algunas de las conductas descritas, sin obtener ningún tipo de beneficio a cambio. Porque los que sí se benefician desalmando a la gente, merecen otro tipo de consideración.

Sin embargo, lo importante es que estamos a tiempo de reencontrarnos. Para ello tenemos como referente una riquísima, variada y vigorosa tradición: el legado de Juan Pablo Duarte, de Salomé Ureña y con ellos el de incontables listados de dominicanos y dominicanas de todos los tiempos, conocidos y anónimos, que con heroísmo, ética, trabajo, inteligencia y fe, creyeron y siguen creyendo en esta nación.

Y que el Compadre Mon nos acompañe en la aventura: “Voy a buscarme tierra nacional / tú me robaste desde tus llanuras, / hasta la loma que preñó tu altura”.

El Nacional

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