La economía dominicana se ha vuelto mucho más compleja que en aquellos tiempos cuando se atribuía al presidente Joaquín Balaguer manejarla con solo anotar en una libreta de pulpería los ingresos de cada día que de inmediato distribuía entre las diferentes dependencias públicas, sin temor a que se registrara déficit fiscal, porque siempre sobraba dinero hasta para regalar muñecas y bicicletas.
El Producto Interno Bruto (PIB), que en la década de los 70 no superaba los 15 mil millones de dólares, hoy se acerca a los 60 mil millones, lo que quiere decir que el valor de la riqueza nacional acumulada se ha multiplicado por tres en más de tres décadas, por lo que las cuentas nacionales no se controlan hoy con la facilidad de ayer.
Un buen gobierno debe asumir las previsiones de lugar para que el sector agropecuario garantice la provisión de alimentos a la población, pero también para que la producción agrícola, pecuaria y agroindustrial sirva de sostén a las exportaciones nacionales, más allá de una oferta exportable que por años ha estado literalmente limitada a la mentada economía del postre (café, cacao, tabaco y azúcar).
Para poder incrementar el valor de las exportaciones, incluidas las no tradicionales, se requiere que el Gobierno promueva y garantice debida competitividad al sector productivo, escenario difícil de lograr sin resolver previamente la crisis del subsector eléctrico, que desangra las arcas del Estado con más de mil 500 millones de dólares al año.
Aumentar y diversificar las exportaciones requiere también de adecuado flujo de transferencia tecnológica, lo que obliga a una democratización del crédito, especialmente hacia el campo que requiere financiamiento por más de 40 mil millones de pesos, de los cuales solo obtiene menos de 15 mil millones.
Para generar el volumen de bienes que requiere el mercado externo, sería necesario incrementar las importaciones, lo que agravaría el dilatado déficit de cuenta corriente de la balanza de pagos (relación de ingreso y salida de dólares), pero por otro lado, el Gobierno necesita financiamiento para construir plantas eléctricas, presas e infraestructura vial, lo que aumenta el ya insostenible nivel de la deuda pública externa e interna.
No hay forma de aplicar más impuestos, aunque desde el litoral oficial se dice que la presión tributaria es apenas de un 15% del PIB, inferior a la media de América Latina, por tanto el déficit fiscal solo se reduce si el Gobierno despide a 30 mil empleados públicos o si se olvida de construir, lo que significaría inestabilidad política o más atraso.
Por lo antes expuesto y por muchos problemas más, se colige que gobernar en tiempos de vacas flacas no es tarea fácil, más aun con una economía débil, abierta y compleja cómo la dominicana sobre la cual todos los remedios que se pueden aplicar tienen efectos secundarios, a veces tan graves como la misma enfermedad que se pretende subsanar. Quizás, lo mejor sería retornar a la libreta y el lápiz.
