Opinión

Letra  y música

Letra  y música

Hace dos años se vivió una controversia similar a la de hoy  acerca de las letras del reggaetón y el hip hop. En ese momento expliqué cómo las letras en la música no determinan las acciones de quienes la escuchan, que los padres son los responsables de criar a sus hijos y no la radio, entre varias cosas más. Como no estoy acostumbrado a repetirme, intentaré nuevamente, de una forma diferente.

La niñez, buenos tiempos, cuando todo era un juego y cuando cada juego venía acompañado de una vívida canción, y las risas de los amiguitos que asociamos con la felicidad e inocencia.

Seguramente todos recordamos cómo don Pancho y su barriga (iga iga) mató a su mujer (er er) por falta de dinero (ero ero) para comprar café. Curiosa historia de feminicidio salida de todas nuestras infantiles voces con mucho esplendor y alegría, cada quien a su debido momento.

Probablemente nadie recuerda a la viudita, la hija del Rey de “Arroz con Leche”, y cómo ésta decide casarse con la señorita. Parece que nadie le mencionó a la lesbiana viudita que esto es RD, un país de católicos (pseudos, pero se entiende mi punto) donde la homosexualidad es vista como  enfermedad y donde próximamente su deseado matrimonio con la señorita será inconstitucional.

De similar forma añoro los tiempos de “Los maderos de San Juan”,  lindo relato de decapitaciones masivas. Cuando los maderos de San Juan osaron pedir pan, no les dieron y cuando pidieron queso les arrancaron un pedazo del pescuezo.

Un tema recurrente en las canciones infantiles dominicanas, como en el reggaetón es la incesante búsqueda de una pareja para casarse y besarse como por ejemplo el caso de la célebre Matarile rile rile, o para evaluar las destrezas de baile, o dependiendo del grupo de niños, para acariciarse, como era el caso de “Sobre el puente de Avignon”.

No nació en RD el que no sepa la trágica historia de Mambrú cuando se fue a la guerra o la del gato que se enteró que lo iban a casar y se dio un estrellón que se le abrió el cráneo. Y de la alegre doña Semana con siete hijos poli-étnicos, con varios padres supongo, y donde el hijo Domingo resultaba ser el holgazán que se la pasaba bailando y nunca trabajando. El pícaro le dirían en su barrio.

Casi todas estas canciones venían con sus coreografías, muchas de las cuales incluían pasos que harían ruborizar hasta a la más diestra de las Corporettes o sus similares de otros programas, que no se cansan de menearse al ritmo de un reggaetón.

Por asunto de espacio, voy a evitar entrar en el tema de los siempre añorados merengues viejos. Usted los baila y los celebra, tanto como observa con alegría y cierto grado de nostalgia a sus hijos cantar historias de muerte, sexo, violencia intrafamiliar, etc.

Yo confieso haber cantado todo eso en mi niñez…, y aunque usted no lo crea, no he matado a mi mujer por falta de dinero para el café, ni soy homosexual, ni tengo hijos  con diferentes madres.

El reggaetón es sólo música. Si a usted no le gusta, estoy seguro de que su radio tiene un botón de apenas unos centímetros de largo para cambiar el disco, emisora, canción o casete: úselo.

ogomez@redpolítica.com

El Nacional

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