Editorial

Ley de salarios

Ley de salarios

En ausencia de orden impera desorden y la carencia de normativas engendra el caos, señalamientos  que se aplican a la Administración Pública donde prevalece una organizada anarquía en el régimen salarial que hace posible que un funcionario de tercera categoría perciba sueldo  superior al devengado por el Presidente de la República.

Peor aún y  más  insólito, que un servidor estatal con rango de ministro o  director general se atribuya prerrogativa de  autoasignarse salario de lujo y privilegios especiales que le permiten ganar más dinero que  Bill Gate.

Es por eso que  se resalta la iniciativa  del Ministerio de Administración Publica de introducir  por ante el Senado un proyecto de Ley de  Regulación Salarial que pondría fin  a un mayúsculo desorden que fomenta  irritantes privilegios e injusto discrimen.

Esa ley debería partir del principio de que  la función de servidor público no puede competir con  la iniciativa privada, porque la primera tiene su base en la vocación de servicio y la otra en la obtención de plusvalía o rentabilidad, por lo que  los salarios y sueldos en uno y otro ámbitos no  serían comparables.

El otro criterio que debería prevalecer en ese estatuto es la imposibilidad de que un funcionario de cualquier rango o naturaleza se  evalué o supervise a sí mismo, para  fijarse  escala salarial en provecho propio, al punto de exageración que  algunos encargados de  departamentos sin importancia llegan a percibir salarios mayores que cualquier banquero.

La escala salarial que se aplique en esa ley debe estar libre de privilegios o discrimen,  sin que se pretenda que el monto de los sueldos  sea comparado con  economías del Primer Mundo, ni tan bajo que  se erijan en motivo de desaliento para  que talento y capacidad se aniden en la Administración Pública.

Sería prudente que los legisladores prestaran atención a  observaciones sobre  el tratamiento que en términos de escala salarial deberían recibir áreas oficiales  relacionadas con  la administración fiscal, monetaria y financiera, aunque tampoco debe aspirarse a crear paraísos salariales basados en espurias comparaciones.

Sin  exageraciones ni pruritos, el legislador está compelido a aprobar un estatuto de regulación salarial que ponga fin  al caos que en términos de  sueldos y salarios  afecta a la Administración Pública,  para que  impere orden en vez de desorden y normativa en vez de anarquía.

El Nacional

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