Editorial

  Limpieza

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El fiscal del Distrito  Nacional  afirmó  que más de  cincuenta  oficiales militares y policiales han sido sometidos a la justicia en los últimos tres años por la comisión de  distintos delitos, en tanto que  un reportaje del periódico Herald, de Miami del 23 de abril,  revela que durante ese período más de cinco mil soldados y policías  han sido separados de sus instituciones por mala conducta.

Aunque se reciba como irrebatible la cifra ofrecida por el magistrado Alejandro Moscoso Segarra  y se coloque sello de  exageración a la vertida por el diario de la Florida, ambas estadísticas coinciden en que  las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional padecen un tipo grave de infección en sus recursos humanos.

No canta el gallo tres veces sin que  algún  miembro de los institutos castrenses o de la Policía incurra en un tipo de infracción delictuosa o criminal, lo que hace pensar que los departamentos de investigación interna no ejercen  el rol de control para los que fueron diseñados.

Es de justicia decir que  el alto mando militar y la Plana Mayor de la Policía no han parado mientes en  identificar y someter a la justicia a los uniformados  acusados  de violar la ley penal, pero es evidente que se requiere poner mayor énfasis  en la tarea de blindar a las Fuerzas Armadas y a la institución del orden  del ingreso o permanencia de  individuos que manchan  el uniforme y la dignidad militar y policial.

Son muchos los casos de  guardias y policías  apresados por sicariato, tráfico de drogas, secuestros, atracos, contrabando y otros crímenes  violentos y no pocos infractores son reincidentes, sin que se determine cómo  lograron retornar a las filas castrenses o policiales, después de haber sido sometidos a la justicia.

El  escándalo más reciente es el del cabo Wáskar Antonio Cavallo Montero, acusado de asesinar al teniente coronel  César Augusto Ubrí Boció, según las autoridades para robarle la yipeta que vendería por 90 mil pesos para ser desguazada y vendida por piezas.

Ese agente  fue  separado  de la Policía por la supuesta comisión de atraco y homicidio, pero logró su reincorporación. Se menciona también el caso de un oficial militar de puesto en San Juan  de la Maguana que pidió permiso a sus  superiores para viajar a Elías Piña, al sepelio del oficial asesinado,  pero retornó con 186 libras de marihuana, en una yipeta de lujo propiedad de un sargento.

Como lo que está a la vista no requiere de espejuelos, lo menos que se reclama es que las Fuerzas Armadas y la Policía se decidan de una vez y para siempre  a  expulsar de su seno a todo oficial superior, subalterno, clase, alistado o conscripto que no merezca llevar el  dignamente  uniforme militar o policial.

El Nacional

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