Recuerdo de niño presenciar episodios cuando vecinos se disponían a trasladar a algún pariente al hospital psiquiátrico Padre Billini, ubicado en el kilómetro 28 de la autopista Duarte, porque daba notaciones de locura, al incurrir en actos de violencia, realizar acciones absurdas o por hablar disparates.
En el barrio se especulaba sobre las causas que indujeron a esa persona a la locura, entre las más socorridas figuraba exceso de estudio o lectura, déficit de alimentación, por un embarazo fallido o algún accidente o de una enfermedad hereditaria.
La sospecha de demencia precedía a situaciones tales como salir desnudo a la calle golpear sin justificación a su padre, madre o un hermano, o hablar mal del gobierno en público, razones suficientes para que improvisadas juntas de familia o vecinos determinaran la necesidad de inmediato internamiento en “el 28”.
Por mi barrio deambulaban personas con evidentes extravíos psíquicos, pero se les definía como “locos mansos”, sin familia que gestionara su ingreso al hospital psiquiátrico, aunque el doctor Antonio Zaglul, en su libro “Mis 500 locos”, describió las múltiples patologías que tipifican la locura.
Mucho tiempo después, en mi rol de funcionario público, visité el hospital psiquiátrico Padre Billini para donar equipos y electrodomésticos a ese centro, ocasión cuando rememoré el día aquel que Manuel el mecánico fue llevado a ese sanatorio porque abofeteó a un vecino.
En ese lugar, bailé con “una reina de belleza” con rostro y labios pintarrajeados, cuyas fantasías reflejaban sus nobles sentimientos y finos modales, pero también presencié de una áspera discusión entre “militantes de los partidos de la Liberación (PLD) y Revolucionario (PRD)”, recluidos tras una verja de seguridad.
En medio del bullicio, uno de los contertulios, que se definía como peledeísta, alegaba que fue secuestrado por sus compañeros “perredeístas”, a quienes reclamaba que guardaran silencio mientras el exponía su denuncia porque “la gente iba a pensar que estamos locos”.
La sociedad dominicana no es la misma de hace más de 50 años ni el hospital 28, tampoco, hoy en día, de manera literal, todos estamos locos o sufrimos algún dejo de locura o extravío mental, sin que el Estado ni el Gobierno ejecuten políticas de prevención o sanidad colectiva ante lo que ya tiene ribete de epidemia.
Las tragedias de una madre que se lanzó al vacío con su niña en brazo, la de una madre que decapitó a su hija y la progenitora que arrancó parte del cuero cabelludo de su hija, constituyen ominosas señales de una locura generalizada que se expresa en violencia y destrucción del fuero familiar.