En medio de los avances alcanzados en los Diálogos de Paz en La Habana, Juan Manuel Santos -pérfido y astuto como el que más- ha auspiciado una intensa ofensiva militar, aprovechando el cese al fuego unilateral de las FARC-EP.
Esto confirma que detrás de las declaraciones e iniciativas teatrales sobre la paz, EEUU y el régimen colombiano esconden reajustes estratégicos en procura de un dominio más seguro sobre el Norte de Suramérica; apostando al desarme unilateral de la insurgencia con débiles garantías, a la permanencia de su ejército con unos 585 mil efectivos y al mantenimiento de las siete bases militares estadounidenses.
Esa pretensión procura, que una vez liberado el régimen colombiano de las exigencias de la guerra interna, sus fuerzas militares y paramilitares tengan más posibilidades de jugar el funesto rol regional que le ha sido asignado por el Pentágono; en primer orden contra Venezuela (si resulta necesario para sus planes de desestabilización), pero también en toda la región amazónica.
Calculado está el impacto económico negativo del retroceso venezolano sobre Cuba.
De ahí los dobleces del gobierno de Santos en temas nodales como el cese al fuego bilateral y el paramilitarismo, junto a su insistencia en la entrega de armas y en el paso de la insurgencia armada a la vida civil y a la legalidad política sin garantías firmes, lo que significaría caer en una trampa de imprevisibles consecuencias internas y continentales.
A esto se agrega que los resultados de las recientes elecciones municipales, sensiblemente viciadas, favorecen en buena medida a fuerzas anti-paz, muy especialmente a las lideradas por el actual vice-presidente, Germán Vargas Lleras, quien apunta ser el relevo del presidente Manuel Santos.
Por eso –reitero- es temprano para vaticinar si en Colombia habrá o no acuerdo definitivo. Y una vez alcanzado, habrá que contar con mucha complejidad en su implementación.
La paz, como anhelo abrumadoramente mayoritario, no debe ser obviada por la insurgencia armada; pero tampoco puede sujetarse al pérfido interés de las fuerzas enemigas.
Por eso es pertinente construir previamente las bases de una paz con justicia social, soberanía y dignidad en medio de un cese al fuego bilateral y una progresiva desmilitarización bilateral de la lucha política; sin desmantelar anticipadamente los ejércitos populares creados por FARC y ELN durante medio siglo de heroísmo e impulsando a la vez la movilización popular y la ofensiva político-social como garantías de equilibrio y cumplimiento de los acuerdos concertados