Un acuerdo entre republicanos y demócratas para superar la crisis presupuestaria que tiene a Estados Unidos al borde de la bancarrota, con su consecuente impacto en la economía mundial, se ha convertido en una misión imposible. No es la primera ocasión, pero hoy la situación es mucho más grave, en tanto las ambiciones políticas se han interpuesto a los intereses nacionales.
El plan aprobado anoche por la Cámara de Representantes, una suerte de camisa de fuerza para elevar el techo de la deuda, no constituye una salida. El presidente Barack Obama, que favorece una solución a largo plazo, había advertido que la iniciativa, apadrinada por la ultraderecha del Tea Party, será rechazada tanto por el Senado como por la Casa Blanca.
Tras la hecatombe de 2008 que hundió a la economía mundial existe el bien fundado temor de que de no llegarse a un compromiso político en las próximas horas la declaración en bancarrota de Estados Unidos pueda tener consecuencias devastadoras, sobre todo en un momento de crisis en varias naciones europeas.
Obama, que urgió un compromiso bipartidista para evitar que Washington entre en suspensión de pagos, no cuenta con el liderazgo que se necesita para salir del atolladero. Y los republicanos han demostrado su disposición de no ceder con tal de evitar lo que sería un triunfo que favorecería la reelección del actual mandatario.
El martes próximo es la fecha límite para llegar a un acuerdo. En tanto republicanos y demócratas están enzarzados en un plan para aumentar el techo de la deuda y que recorte sustancialmente los gastos, el desconcierto se ha instalado en Wall Street y particularmente en la población.
El nudo gordiano está en que los republicanos plantean un recorte del gasto de casi un billón de dólares en la próxima década, favoreciendo elevar el techo de la deuda, que es actualmente de 14.3 billones de dólares, hasta finales de este año. Los demócratas, que consideran la propuesta como una emboscada, favorecen que el tope se extienda hasta 2013.
De no mediar las elecciones del año entrante es posible que la clase política estadounidense no brindara a los estadounidenses ni a la comunidad internacional un espectáculo tan desconcertante. Pero mientras en Washington se libra el tenso pulso, países como República Dominicana tienen que estar preparados con planes de contingencia para las consecuencias.
En el plano económico, además de las remesas, que sería la primera gran víctima, una bancarrota en la principal economía mundial y, por demás principal socio comercial de este país, también impactaría duramente en el turismo y en las exportaciones.
En lo político costaba aceptar que un sistema que se ha caracterizado por la fuerza de sus instituciones y la capacidad para imponer consensos podía estar atrapado en un conflicto de intereses que tiene al planeta en vilo.

