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Mujer pionera

Mujer pionera

Pedro P. Yermenos Forastieri

Todas las circunstancias estaban dadas para que su decisión fuera catalogada como locura y, a lo sumo, como manifestación adicional del temperamento indómito que, desde jovencita, le caracterizó. Por eso, al principio, sus padres no le prestaron atención a lo que, en esos momentos, valoraban como ilusión pasajera.

Los años fueron pasando y la obsesión crecía. Juraba que lo único que la haría feliz era alcanzar su sueño de convertirse en pilota de aviones. De nada sirvieron los intentos por persuadirla de que se aferrara a una meta de más fácil realización. No.

Era eso, o se quedaría sin graduarse de ninguna otra profesión por lo segura que estaba de lo amargada que sería incursionando en un campo que no le apasionara con idéntica intensidad como lo hacía imaginarse ascendiendo al firmamento al volante de un enorme pájaro de hierro.

Recordó el lejano pariente militar que tenía y se dedicó a ubicarlo. Cuando lo hizo, acudió a su casa y le solicitó que la ayudara a ingresar a la entonces Fuerza Aérea Dominicana. Consciente él de la intrepidez de la muchacha, la idea no le pareció descabellada y, consecuencia de sus influencias, pocos meses después nuestro personaje era cadete de primer año de esa rama militar.

La impresión en sus superiores fue inmediata. Lo mismo las muestras de su inocultable fascinación por la aviación. Desde el inicio, manifestó sin ninguna duda que su sueño era convertirse en experta conductora de aeronaves. Pero había un difícil obstáculo por el medio. Ninguna mujer se entrenaba para esa tarea reservada hasta entonces para la masculinidad.

Volvió a conversar con su pariente y le imploró que moviera cielo y tierra para que le permitieran materializar su anhelo. Hasta al presidente de la república fue preciso acudir para solicitarle una autorización inédita en el país. Imposible describir su euforia cuando le comunicaron que la enrolarían en el equipo de cadetes que se capacitaban para ser pilotos.

Como era previsible, sintió la virulenta estigma de sus compañeros a quienes, el transcurrir de los días los hizo convencer de que debían resignarse a su excelencia, o la envidia los delataría como mediocres.

El día de la graduación fue memorable para ella. Obtuvo honores nunca antes alcanzados por sus predecesores. Las lágrimas inundaban el rostro de aquella hermosa joven que, desde tierra, veía el avión surcando los cielos y la pilota sacó una bandera con colores del arcoíris.