Opinión

Mujeres y salud

Mujeres y salud

Su cuerpo está regido y habitado por el miedo
Un silencio cortante, ruidoso fue su carta de presentación. Para las mujeres el silencio puede ser una forma de llorar. Su presencia bastó para impactarme, para robarme la paz.

Una joven y una niña entraron al consultorio y lo tomaron. El lenguaje corporal revelaba que no eran madre e hija. La tía, como resultó ser la mayor de las dos, estaba indignada, molesta, a sus 19 años asumiendo responsabilidades sin decidirlo. Su madre atendía un colmado y cinco niños más. Le tocaba a ella, por ser la mayor acompañar a Dulcita. Esa joven, exuberante y fresca como un flamboyán de julio, no alcanza a entender cómo la sobrina no había dicho nada, cómo fue capaz de mantener en silencio lo que hoy se ha convertido en el símbolo de vergüenza de la familia.

Me complace mirarla, toda ella es un poema. La niña, a pesar de las adversidades, no pierde la curiosidad y mucho menos la fuerza. Su armazón es un cuerpo diminuto, y frágil adornado con un pelaje abundante, crespo, abatido por el sol y suelto al viento, como sus sueños.

Sus ojos evocan el cuello del útero en fase de ovulación, redondos, cristalinos y profundos; capaces de dar vida. Su mirada escudriña y abraza el mundo.

No se motiva a hablar, permanece ensimismada mientras la tía cuenta la tragedia del embarazo. Fue abusada por un hombre del barrio. “Nunca dijo nada, en realidad nunca dice nada”, refiere la tía.
El cuerpo es el reflejo del alma, el de Dulcita está regido y habitado por el miedo. Fue imposible evaluarla, tiene pánico a que la toquen. “Mami me dijo que le entregara estos estudios, para hacérselos tuvimos que agarrarla entre tres”, cuenta la tía. Me pasó la sentencia,-embarazo de ocho semanas, con vitalidad-.

La niña más que mirarme, me examinaba. Decide abrir la boca sin ser consiente del poder de sus palabras, “¿Es usted hija de Guarina?” refiriéndose a mi madre. Fue la única vez que escuché su voz. Me desnudó, me llevó a su mundo, quedé muda; su mirada transmitía tanta fuerza que fui incapaz de sostenerle la mirada. Su abuela trabajó cuidando a mi madre en sus últimos años.

Sustentada en evidencias científicas inició los espasmos uterinas para llegar a terminar con el producto de la violación en el hospital. A su familiar no le permitieron acompañarla, con nueve años vivió el proceso de un legrado uterino, como le ha tocado vivir la vida, como una perra realenga. Y no pude hacer nada.

El Nacional

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