La semana pasada traté, a propósito de la partida de Pepe Mujica, la similitud de su vida hermosa con Mandela, pero me falto su postura contra el odio y el rencor, lo presentaré con citas de ambos.
Hace un mes escribí un artículo de Mujica y Mafalda que citamos: “A la pregunta “Fuiste torturado, te pasaste 12 años en un pozo.
¿Perdonaste, olvidaste?” “No, no, ni perdoné ni olvidé, simplemente no cobro, porque hay una ley que tenés que aprender de la vida, que hay cuentas que no se cobran, se cargan, porque si no vivís prisionero del rencor, y vivís envenenado, yo no tengo cuentas que cobrar, las que pasé, pasé”.
En un continente marcado por conflictos ideológicos y heridas profundas, la figura de José Mujica se alza como un testimonio vivo de reconciliación. Mujica, aparte de recibir seis balazos, sufrió prisión, tortura y la humillación de sus carceleros. Sin embargo, cuando se incorporó a la vida civil y consiguió alcanzar el poder a través de las urnas, no buscó revancha, simplemente perdonó. No levantó el puño, sino la palabra. Y no apeló al resentimiento, sino al entendimiento”.
Se cita esta anécdota de Mandela: “Después de convertirme en presidente, fuimos a almorzar a un restaurante. (…) En la mesa que estaba justo frente a la nuestra, había un hombre solo, esperando ser atendido. Cuando fue servido, le dije a uno de mis escoltas: ve a pedirle a ese señor que se una a nosotros”.
“Ese hombre era el guardián de la cárcel donde yo estuve encerrado. A menudo, después de las torturas yo lloraba pidiendo un poco de agua y él venía, me humillaba, y en vez de darme agua, se orinaba en mi cabeza”.
“Cuando salí por la puerta que me llevaría a la libertad, supe que, si no dejaba atrás mi amargura y mi odio, todavía estaría en prisión”. Nada más que agregar en “algo más que salud”.