¿Qué hacer en español con las palabras extrañas?.-
La primera recomendación frente a los vocablos extranjeros es evitarlos. Pero cuando éstos resultan indispensables, o al menos necesarios, procede recibirlos y buscar la forma de adaptarlos al perfil de nuestro idioma. Un vocablo se hace necesario porque representa un objeto, una circunstancia o una acción que no ha sido nombrada en español.
El extranjerismo podría expresar también una cualidad para la cual no se tiene palabra en lengua de castellana. Es decir palabras que encierran una valoración sobre personas, cosas, animales o situaciones.
Si nos vamos a quedar con un vocablo procedente de otra lengua, la actitud más prudente es sustituir grafías ajenas al sistema ortográfico del español, de manera que el vocablo se aproxime a las características del español.
Pongamos por ejemplo que como en español la letra –q (cu) solo tiene uso con el dígrafo –qu, o lo que es igual: seguida de las vocales –ue (queso, querer, quemado) y –ui (quiero, quizá, quimera), el nombre del país árabe debe escribirse Catar y no Qatar, como prefieren algunos.
Incluso, voces procedentes del latín pero que no forman parte del patrimonio léxico del español han presentado dificultades por su grafía ajena al sistema ortográfico castellano, específicamente con la letra -cu, sin formar el dígrafo qu, y la pretensión de unos hablantes de emplearla con el sonido de –k (ca).
La Ortografía de la lengua española, publicación oficial 2010, apunta al respecto que: “Este uso autónomo del grafema q en representación del fonema /k/, como ya se ha señalado, contradice los intentos por regularizar y simplificar la escritura del español promovidos por la ortografía académica, que ya en 1815 determinó que se escribieran con cu+vocal todas las palabras en las que la secuencia gráfica qu se correspondiese con la secuencia fónica /ku/, con independencia de la etimología”. (OLE, pág. 615).
Por lo antes expresado es que las voces latinas exequatur, quadrivium y quorum es preferible escribirlas con –cu: execuátur, cuadrívium y cuórum.
La voz inglesa “whisky” entró al español y no parece que vaya a desaparecer, pues el elemento que representa ha calado muy hondamente fuera de la cultura escocesa. Esta palabra presentó un problema de adaptación, dado que la –w (uve doble) no existía en el alfabeto latino y por tanto no hay palabras, propias del español, que lleven este signo. Del inglés y del alemán, sobre todo, llegaron vocablos iniciados con –w que fueron adaptados con los sonidos –gu o –v . Ejemplos: welf (alemán) devino en güelfo y wagon (del inglés) se acuñó como vagón.
Güelfo es un adjetivo y se define así: “1. adj. En la Edad Media italiana, partidario de los papas y enfrentado a los gibelinos, defensores de los emperadores de Alemania”.
Siguiendo ese patrón, los académicos recomendaron adaptar la voz whisky con la grafía güisqui, y así aparece en el Diccionario. Pero más adelante a la uve doble (doble ve y mal llamada doble u) se le dio carta de ciudadanía en nuestro idioma y se está reconsiderando la escritura del nombre que identifica al licor británico. Wiski es la forma considerada más acorde con su etimología, pero aún no la recoge el Diccionario académico.
La voz “kangourou”, procedente del francés se adaptó al español como canguro, mientras zink (del alemán) quedó en zinc o cinc.
Hemos de repetir que el uso de extranjerismos es necedad cuando se trata de voces que tienen equivalente en español, pero cuando no ocurre esto, procede acuñar la palabra extraña y someterla al orden de nuestra lengua.
Del Japón nos llegó un juego llamado /yudo/, pues escribamos yudo, yudoca y Asoyudo. ¿Por qué escribir “judo” si leemos yudo?.