El Día de los Padres, que se festeja hoy, constituye un buen motivo para rendir tributo en entusiasta peña familiar a aquel que con trabajo, sacrificio y buenos ejemplos cría y educa junto a la madre a sus hijos como laborioso herrero que con fuego y agua templa el acero.
En una sociedad en crisis por el extravío de valores, el núcleo familiar se debilita por la amplia brecha de incomprensión entre sus miembros. Se requiere que agradecidos hijos reconozcan en esta fecha y siempre al buen progenitor que conduce a su prole por senderos de amor y certidumbre.
Aunque el germen de la paternidad irresponsable todavía drena el tejido social con su secuela de rencores y frustraciones, es cada vez más el número de hombres que cumplen cabalmente el compromiso de pastorear a la familia y de procurar con eficiencia y diligencia que ninguna de sus ovejas se descarríe por los peñascos de la vida.
La figura del hombre prolífero con prole en muchos nidos cede espacio al padre y esposo de un solo techo que une su anatomía a la de su compañera para proporcionar calor a sus hijos durante los inviernos de incertidumbre y amamantarlo de felicidad y esperanza en pródigas primaveras.
El hombre no es hombre sin pasar la prueba del buen padre, para lo que ha de ser también buen esposo, buen hijo y buen ciudadano, méritos sobre los que se cimenta el edificio familiar reforzado también por pasión, ternura y devoción de la buena mujer.
Difícil es para un progenitor bien educar a sus hijos en el marco de una sociedad inhóspita, atribulada por el déficit de empleos dignos, altos niveles de delincuencia y criminalidad, deficientes servicios de salud y educación, difícil acceso a la vivienda y servicios judiciales que se sustentan en privilegio y discrimen.
Aun así, son muchos los hijos que hoy resaltan con legítima gratitud y orgullo el privilegio concedido por la divinidad de haber nacido cobijado por el templo de un buen padre, cuyos atributos heredados deben traspasar a sus descendientes como antorcha que ilumina los caminos de la vida.
Es de justicia, pues, brindar hoy, por aquel buen hombre que ya cumplió con la sagrada misión de formar y forjar a sus hijos o por ese discípulo que apenas inicia la gran faena de ver crecer sanos y fuertes a sus imberbes, lo que cumplirá con orgullo y la cartilla de su progenitor. ¡Dios bendiga a todos los buenos padres!
