Posiblemente existan tantas cosas, en igual proporción, para lo que uno no nace que para nacer; las que son para nacer, se hacen. Para las no nacer, hay que esperar del otro lado de la línea para ver qué pasa.
Existen diversas líneas de pensamiento para dirigir nuestro “destino” después que se nace, ¿de pensamiento? En fondo no sabría decirlo ni ahora ni mañana. Solo deje el planteamiento en el aire.
A veces, para las cosas que supuestamente se nace se puede pasar uno la vida entera buscándolas, pues al vivir (las cosas) extraviadas no hay ese humano sapiens que la encuentre, aunque se les diga que están en las narices, esto no significa que no se encuentren donde menos se espere.
¿Entonces de qué estamos especulando? ¿Se nace para ser algo? Dentro del orden de la creencia cristiana somos hijos de Dios y ya eso es mucho decir para pensar que sí, aunque en el diario vivir se ejecute todo lo contrario.
Hay quienes piensan, que una vez estén en el carril que consideran el de las luces encendidas y los vivas ininterrumpidos y están en su derecho; otros pensamos y actuamos de manera diferente; somos y con eso basta. Siempre me he pensado que para nacer no he nacido respecto a lo que quiero; con lo que no quiero, que fluya, fluya, en algún momento tendrá que detenerse, colisionando con mi ser en ebullición.
Vivir intensamente no para el exterior sino para el interior que es infinito por el hecho de que no se pueda constatar como lo finito. Lo finito es lo que se puede ver y palpar a la manera de los sentidos, ¿cómo palpan y ven los sentidos cuando se supone que solo sienten? Silencio en la sala, ni el zumbido de la mosca se oye. Gústame desvariar detrás de las sensaciones, como sensación al fin que es el ser humano, todo llega y se va es pura sensación. Mi fe es sensación, mi proceder también.
En el mismo orden ejemplos de, para nacer no he nacido:
Lo que me molesta es decir mi nombre cuando llamo a una puerta. “Soy yo, fulano de tal”. Me entra una desazón y me oigo repetir esa misma presentación eternamente.
Con qué rapidez transcurren los días cuando somos diferentes en cada lugar que estamos. Lunes y vuelve el lunes y lo que los diferencia es si recordamos lo que hicimos en el anterior, lo mismo pasa con los demás días, y así las semanas, los meses y los años… y el balance final: un grito por nuestras almas.
Lo que hago para justificar lo anterior es estar vivo, sin que tenga nada que ver cómo me preguntan: “¿Conoce usted a fulano?”. Gageo, vuelvo a ser gago como en mi infancia y mi padre terminar por completar la palabra que como un parto no querían salir de mi boca. Ya no nos conocemos en este país, ni podemos decir que nos conocemos a nosotros mismos (no sé cómo decimos que para nacer hemos nacido) y lo sabemos, y como quiera negociamos esa cara esperanza del camino con él que nos promete su esperanza desesperanzada.
Por aprender a pronunciar la palabra me he metido en el lío de entender a los que hablan bonito: ellos me ponen a soñar y ellos viven despiertos. Como las maldiciones de los malditos y de los engañados no caen… pero aún así las pienso… No creo que pase: “¿Cómo usted se llama? ¿Conoce a fulano de tal?”. Y de pasar espero gaguear, lo que lamentaría es que mi padre no esté para completar la palabra, sino un representante de la libre expresión del pensamiento, de mis amigos, que se creen que para nacer han nacido, yo vuelvo que para nacer si he nacido estoy por darme cuenta con esta paradoja:
En la distancia el afecto se fermenta. En ese caso el tiempo trabaja a favor de nosotros. Durar un largo tiempo sin ver a una persona que en un momento dado de nuestro crecimiento nos rondaban, les rondábamos… y de pronto viene la ausencia, luego el encuentro de esas ausencias en un estallido. El tiempo cura, pero también madura. Esta vez maduró un afecto distante en la cercanía.
Un poeta definió esa paradoja de la ausencia con estos versos: “Por donde pasa un hombre ese lugar jamás está solo.”, que es la mejor manera de ponderar Para nacer no he nacido.
El autor es escritor.