Estados Unidos ha vuelto a cortar por lo sano, poniéndose adelante y no sin ciertas evasivas, el revuelo causado por supuestos informes secretos de su Embajada al garantizar que las filtraciones atribuidas a WikiLeaks no afectarán sus nexos diplomáticos con República Dominicana.
De hecho, no ha ocurrido con ningún otro país, no obstante calificativos tan poco diplomáticos como el de autoritario con que fue descrito el presidente francés Nicolás Sarkozy o el de timorata a la canciller alemana Angela Merkel, dos de los principales aliados de Washington en Europa.
Como anticipo de lo que pueden ser revelaciones más comprometedoras, la Embajada estadounidense vuelve a trillar el camino de lo obvio al señalar que los informes incluyen a veces información subjetiva, que puede ser controversial.
La aclaración, con todo y que pone en alto las relaciones diplomáticas y ensalza las iniciativas adoptadas por el Gobierno para combatir la corrupción, traduce la misma doble moral que según los cables de WikiLeaks ha caracterizado la diplomacia estadounidense.
Desde que en 2010 estalló el escándalo de los informes secretos, la actitud de Washington se ha orientado, como ha vuelto a evidenciarse en el caso de República Dominicana, en intentar frenar el daño diplomático con lamentos y suspicaces reconocimientos.
Es así como en virtud de las primeras filtraciones divulgadas en noviembre de 2010, la sede aclaró a través de un comunicado que aunque el Gobierno de los Estados Unidos no podía referirse a la autenticidad de los supuestos, sí podía reafirmar que la fortaleza de la relación con República Dominicana no será socavada por WikiLeaks.
Que mantenga una comunicación fluida y constructiva con el Gobierno sobre temas de interés para ambas naciones ni los esfuerzos que reconoce al presidente Leonel Fernández en la lucha contra la corrupción niegan los infundios contenidos en los cables al Departamento de Estado.
Como apenas se han publicado cuatro o cinco de los aproximadamente 2,673 informes recopilados por WikiLeaks sobre República Dominicana, la Embajada de Estados Unidos ha tratado, rompiendo incluso su estilo, de restaurar el daño con generalidades que evaden el epicentro de los escándalos.

