Reformas impertinentes a la Constitución ha habido a través de los 178 años de vida republicana. Abundan las alteraciones a la Ley Sustantiva al estilo y conveniencia de gobernantes inflados de egolatría y golosos de poder. Otras fueron indispensables para eliminar estorbos a la institucionalidad y la democracia.
Las modificaciones efectuadas en lo que va de siglo, tres más un infeliz intento, felizmente fallido, han sembrado en la conciencia nacional la semilla de la desconfianza. Todos recordamos como hubo de erguirse la opinión pública para frenar, en 2019, las desorbitadas pretensiones del mandatario de turno.
Está escrito: hace 20 años, el presidente Hipólito Mejía propició una reforma constitucional que le permitiría repostularse para ese cargo en las elecciones de 2004. No logró ser elegido, pues los comicios fueron ganados por Leonel Fernández, quien había gobernado el periodo anterior a Mejía.
Por el favor que le hiciera Mejía, Fernández pudo, sin menoscabo de la ley, conseguir la reelección. Así completaba 12 años de ejercicio gubernamental, pero no le bastaban esos tres períodos, en cierto modo ganados en buena lid. Lo mortificaba lo prescripto en el artículo 49 de la Constitución de 2002.
Ese artículo decía lo siguiente: “El presidente de la República podrá optar por un segundo y único período constitucional consecutivo, no pudiendo postularse jamás al mismo cargo ni a la vicepresidencia de la República”.
Ese adverbio “jamás” motivó a Fernández a cambiar el texto constitucional de arriba abajo, de atrás para adelante. Introdujo cambios apreciables, bajo los cuales cubrió la desaparición de lo que constituía una piedrita en el zapato para las aspiraciones del expresidente de seguir gobernando.
En 2012, Fernández cedió el trono a Danilo Medina, seguro de que “su” Constitución le permitiría regresar en 2016, ya que esa misma (2010) impedía a su compañero de partido repostularse para el cuatrienio inmediato (2016-20). Pero Medina se hizo arreglar la Constitución, a contrapelo de toda ética.
No conforme con esa hazaña, sin pudor ni rubor, Medina desplegó grandes esfuerzos por retornar la Carta a como la había encontrado, con tal de mantenerse en el poder. Esa acción impertinente aún repercute en el ánimo de muchos y ha generado aprensión ante posibles cambios a la Constitución.
En dos artículos publicados en esta columna (viernes 18 y 25 de marzo) he presentado argumentos suficientes para demostrar que no todas las reformas son impertinentes, sino que las hay oportunas y necesarias. No siempre hay que temer a los cambios en la Constitución. Hay que saber diferenciar.
Por: Rafael Peralta Romero
rafaelperaltar@gmail.com