El presidente Donald Trump ha inaugurado una nueva era en las relaciones internacionales con sus decisiones, no solo para devolver la grandeza a Estados Unidos, como ha afirmado, sino para reconstruir el mundo a su imagen y semejanza, que no es más que el supremacismo y el expansionismo. Lejos de la cooperación con los vecinos, el mandatario estadounidense se ha decantado por la confrontación, sin medir o no importándole en lo más mínimo las consecuencias.
Antes que molestarse en hablar con países como México y Canadá, con los que Estados Unidos comparte fronteras, para que refuercen los controles sobre el tráfico de migrantes indocumentados, mercancías o drogas, Trump recurrió a la intimidación al imponerles aranceles de un 25 % a las importaciones de ambos países, aunque después decidió pausarlas durante 30 días. Que no sea un gobernante que respete la diplomacia ni los buenos modales no justifica sus agresiones al derecho internacional ni a la buena vecindad.
Las presiones a Panamá para que suspenda el contrato con China sobre la gestión del canal, ha sido grosera. El presidente José Raúl Mulino, de tendencia conservadora, decidió no renovar con el gigante asiático el acuerdo sobre la “Ruta de la seda”, pero desmintió que se haya exonerado a los buques estadounidenses, como informó la Casa Blanca, del pago de la tarifa por utilizar la vía interoceánica.
El golpe sería más duro para estos países si además de las deportaciones masivas de ilegales, las que una nación tan poderosa como Estados Unidos puede suavizar a través de algún mecanismo, Trump cumple su amenaza de gravar las remesas, las que en muchos países son tan importantes para sus economías.
El mismo de la Usaid, a través de la cual en este país se han impulsado valiosos proyectos de asistencia en la salud, la cultura, la educación y el deporte, además de fomentarse la integración comunitaria y el respeto a las libertades públicas y los derechos humanos, denota desprecio y ausencia de solidaridad con los sectores más vulnerables.
Si Trump entiende que América y el resto del planeta tienen que hacer lo que él quiera, puede que esté en un error que a la postre podría resultar muy costoso. Estados Unidos podrá no necesitar de nadie para subsistir, pero tampoco puede permitirse el lujo, sobre la base de su poderío, de aislarse.
Con las demostraciones que exhibe puede dar lugar a que mansos y cimarrones conformen un frente común para defenderse y enfrentarlo.
No hay que volver al pasado, pero es necesario recordar que la política de buen vecino y programas humanitarios como el de Usaid han mejorado la imagen del Tío Sam en esta otrora convulsa región.