Opinión

Presencia económica

Presencia económica

Daniel Guerrero

El negocio de las armas
La guerra suele ser un lucrativo negocio para aquellas empresas y estructuras gubernamentales que conciben la economía militar como una palanca dinamizadora de la economía civil, destinada a la producción de bienes y servicios necesarios para la subsistencia.

Duele en el alma saber que mientras en el mundo alrededor de 800 millones de personas ven caer la noche sin llevarse a la boca un trozo de pan, el negocio de las armas de todo tipo supera los 1,7 billones de dólares, recursos financieros que son devorados por una compleja madeja de intereses económicos, políticos e industriales que se expresa en un puñado de países que hace de la economía militar una fuente importante de captación de divisas.

Millones de personas viven (¿o malviven?) en los diversos continentes en condiciones de “pobreza extrema”, definiendo a ésta aquella situación en la que una persona debe subsistir cada día con menos de un dólar con noventa centavos, lo que anualmente representaría ingresos de tan sólo 695 dólares.

En efecto, durante el 2017 cinco países concentraron el 74 por ciento de las operaciones comerciales de armas, ocupando un lugar cimero Estados Unidos (34 por ciento) seguido por Rusia (22 por ciento) ; Francia (6,7 por ciento), Alemania (5,8 por ciento) y China (5,7 por ciento). Datos aportados por el Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI), con sede en Suecia, revelan que desde el 2013 en negocio de las armas a crecido en más del 10 por ciento a nivel global, siendo EE.UU. el motor de la expansión productiva y comercial de la economía militar.

Estados Unidos lidera la lista de los mayores exportadores de armas del mundo con el 34 por ciento del mercado, seguido de Rusia, Francia, Alemania y China. Estos países concentran el 74 por ciento de las exportaciones mundiales de armas.

Debe recordarse que al finalizar la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) EE.UU. se propuso articular un sistema de cooperación organizada al más alto nivel entre la política, economía, ejército y ciencia que se concretizó en el Complejo Militar-Industrial (CMI), cuyo nacimiento preocupó sensiblemente a Dwight D. Eisenhower, a la sazón presidente norteamericano.

Cuando Eisenhower advertía a los norteamericanos sobre el peligro que representaría el crecimiento desmedido del CMI, pocos eran los partidarios de semejante planteamiento, a tal punto que Dieter Senghaas, un reconocido investigador alemán de la época, no vaciló en afirmar en su libro “Armamento y Militarismo” (1972) lo siguiente: “El discurso de Eisenhower no tuvo efectos especialmente duraderos en la prensa, y ninguno en la política”. Pero el paso del tiempo le ha otorgado razón histórica.

Una vez se le escuchó decir a un gerente de una empresa trasnacional de Estados Unidos entusiasmado con la demanda internacional de misiles (cohetes) y las ganancias que este comercio generaba llegó a expresar: “¡Ah!…No hay mejor negocio que la producción de misiles, porque ocurre que cuando uno de estos proyectiles se lanza, ya no regresa y hay que fabricar otro”. La promoción de conflictos bélicos en diversas regiones del mundo suele ser estimulada por empresas transnacionales productoras de todo tipo de armas y pertrechos bélicos.

El Nacional

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