La muerte el sábado de Harold Priego, el más célebre caricaturista que ha tenido el país en muchos años, es también una ironía. Era un amante de la vida. Sus relacionados no encuentran explicación a una muerte tan repentina, que puso fin a sus días y al humor más terapéutico con que ironizaba los conflictos.
En persona, era la antítesis de la ironía de los personajes que protagonizaban sus caricaturas. Siempre alegre y era muy sincero y cordial en el trato. Diógenes y Boquechivo, Doña Mármara y su inofensivo marido don Chichí, Matías y Berroa y Eloy en el Hoy, algunas de sus más populares creaciones difundidas diariamente a través de diferentes periódicos, han quedado huérfanos con la partida de su progenitor.
Como fino humorista político, Harold tenía la facultad de sintetizar los conflictos nacionales en sus viñetas. Sabía auscultar el alma de la nación. Su producción está llamada a perdurar por los siglos de los siglos como síntesis de una época. Con su muerte el país pierde a un gran artista y un gran ciudadano.