La tradición cristiana sitúa el Jueves Santo como antesala de la crucifixión del Hijo del Hombre, que poco antes de ser llevado al cadalso lavó los pies de sus discípulos en señal de amor, humildad y perdón, sagrado ejemplo que los dominicanos deberían imitar si de verdad se anhela que la nación se enrumbe por sendero de progreso, justicia y paz.
El Papa Francisco ha interpretado con fidelidad tan elevado pasaje bíblico al disponer que la Misa de la Cena del Señor o Coena Domini, que tradicionalmente se celebra en la Catedral de Roma, se oficie hoy en un templo del Instituto Penal de Menores, donde lavará los pies de siete adolescentes en conflictos con la ley.
El Jueves Santo constituye una efemérides crucial y emblemática en la Semana Mayor, porque durante la Cena de Pascua que Jesús comparte con sus apóstoles, se contrastan la fidelidad y la traición, el amor y el odio, la fe y la incredulidad, pues el Maestro revela que será entregado por uno de los suyos, al tiempo que anuncia que su sangre derramada libera del pecado.
Gobernantes y gobernados deberían procurar la dicha espiritual de ser invitados a la Cena del Señor, como se proclama en la Eucaristía, para lo cual se requiere promover equidad, solidaridad, justicia, honradez y sacrificio, además de confesión de fe. (No soy digno de ti, pero una palabra tuya bastará para salvarme.)
Una parte de la población que ha optado por refugiarse en la oración durante Semana Santa, tiene el compromiso de orar al Altísimo por quienes han preferido entregarse al desenfreno y libertinaje, sin poder entender que tanto como el cuerpo, el espíritu requiere de una atención siempre asociada con el comedimiento y la racionalidad.
Profetas y evangelistas han conferido un poder extraordinario a la oración, siempre que esté acompañada del fervor y la fe, tanto así que Lucas proclamó que no hay nada imposible para Dios, y en Filipense se aconseja que la oración a Dios debe ser ofrecida persistentemente, en tanto que los salmistas aseguran que el clamor llega a los oídos del Señor.
La sociedad dominicana requiere de un baño de espiritualidad para que pueda reencontrarse con valores perdidos como la fe y esperanza, solidaridad, humildad, honradez, integridad, unidad y transparencia, por lo que hace falta que todo buen cristiano clame a Dios por la ventura de la nación, de la familia y de la persona.
En este tramo de Semana Santa que anuncia la crucifixión del Hijo de Dios, las preces al Altísimo deberían de contener un pedido especial para que Jesús interceda ante el Padre y provea sanidad, fe y sabiduría para que en esta tierra de primacías se aniden el perdón, la paz, prosperidad y justicia social. Que así sea.
