Opinión

QUINTAESENCIA

QUINTAESENCIA

Derecho y verdad

La intolerancia es siempre la negación del otro, un vano intento de anular al que es diferente. Aniquila al que piensa, actúa o vive de otra manera o contraria a la forma que el intolerante desea imponer. En toda persona intolerante existe un dictador, un déspota. También habita en ese espíritu un ser atormentado, muy sufrido, con una dolorosa baja autoestima.

Y la oculta detrás de una imagen de superioridad. Quien se cree dueño de la verdad, termina convencido de que los demás están equivocados.
Todas las guerras entre naciones tienen una causa económica, que se manifiesta en la intolerancia y en la lucha de intereses oscuros, que son manejados por poderosos que directamente no mueren ni matan en los campos de batalla.

Ellos se preservan en cuartos fríos y brindan con champaña, mientras las llamas devoran y la sangre corre por las calles. Esos intereses se ocultan bajo una montaña de afirmaciones mentirosas, creencias ancestrales y vanas esperanzas que llevan a los ilusos e indocumentados a matar y a morir con la creencia de que luchan por valores y principios superiores. Estos son los tontos útiles, las marionetas de ocasión.
En cualquier intolerante habita un abusador, un cobarde que se espanta de su propia sombra. Sobre todo porque la otredad le aterroriza y se considera insignificante. Su angustia solo se calma cuando ve a otros sufrir. Es, en la ciencia de la sicología, un sociópata, un sicópata, un desalmado.
La intolerancia nunca camina de la mano con la verdad, porque no soporta el juicio crítico ni la opinión franca.
El gran Antonio Machado, ese trascendental poeta español que supo decir sus verdades sin perder en ningún momento la belleza poética, sabía que la intolerancia es una enfermedad de los espíritus mezquinos. Por eso se alejaba de ella como se corre de la pestilencia.

Sabía también que la verdad es diferente a la verdad que cada uno cree tener. Y cuando le quisieron imponer la verdad interesada, la que favorece a los que desprecian la verdad que no conviene, la verdad verdadera, entonces dijo cuál verdad quería encontrar: “¿Tu verdad? No, la verdad; y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela.”
En ninguna profesión es más necesaria la reflexión del poeta Antonio Machado que en la del abogado.

En todo abogado se agazapa un intolerante. Y cuando trepa a juez o a fiscal sin sanar su espíritu, se convierte en un tirano. Desarrolla un individualismo enfermo en su trabajo, consulta textos, desarrolla teorías, representa intereses y se cree dueño de la verdad. Pero ignora lo esencial: que en el Derecho, en las ciencias jurídicas, como en las ciencias sociales, no hay verdades. Solamente existe la validez y la acepción. Una norma o ley no es verdadera ni falsa, es válida o nula. Y el criterio que se basa en esa norma no representa la verdad ni la mentira; solo se acepta o se rechaza. Nada más.
El Derecho es un instrumento de dominación política y de orden imperativo. ¿La verdad? Es otra cosa.

El Nacional

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