A mediados del año 1967, conocí en circunstancias no agradables, al veterano y ejemplar periodista, Radhamés Gómez Pepín. Apenas, el suscrito tenía 18 años de edad y me encontraba encarcelado en las mazmorras de La Victoria. En la preagonía de la tarde, llegaba preso el hoy extinto director del periódico El Nacional, junto con el abogado, doctor Héctor Cabral Ortega, ambos detenidos durante un allanamiento y acusados de porte y tenencia ilegal de armas de fuego.
En el recinto carcelario, hablamos de la situación de represión y muerte que prohijaba el dictador ilustrado, Joaquín Balaguer, quien comenzaba una loca y terrible carrera de crímenes y asesinatos contra todas las personas que disentían de su régimen de oprobio. En esa época, La Victoria estaba repleta de presos políticos, la mayoría torturados y acusados de hechos que no cometieron. Los sinsabores y los sufrimientos de una prisión injusta lo sufrió Radhamés.
Aproveché la presencia del excelente comunicador, para narrarle el rosario de vejámenes y torturas que fui víctima en el departamento secreto de la Policía, por el solo hecho de ser secretario general de la Unión de Estudiantes Revolucionarios en el liceo Juan Pablo Duarte, y encabezaba las movilizaciones en favor de la existencia de un clima de libertades públicas, las cuales fueron conculcadas por Balaguer y sus secuaces. Mi narración fue publicada íntegramente por el vespertino donde laboraba el egregio periodista.
Posteriormente, estudié periodismo y tuve el honor de trabajar con Gómez Pepín en este diario, llegando a conocer al gran ser humano que se dedicaba con tenacidad a la búsqueda de la noticia. Era un apasionado del ejercicio periodístico, pues no solo se conformaba con ser un ejecutivo, sino que amaba estar en el escenario donde se originaba el evento noticioso.
A veces, echaba rabietas, pero nunca ofendió a nadie. Su humildad era indescriptible. En los tiempos que lo traté, decía que no le interesaba comprar ni manejar un automóvil. La columna “Pulsaciones”, de su autoría, era una trinchera en defensa de las reivindicaciones sociales y por la protección de los derechos humanos. Nunca fue lisonjero ni adulón.
Era uno de los pocos periodistas que ejercía con total independencia, sin vínculos que los ataran a ninguna organización política. Su compromiso era con los sectores que clamaban justicia en medio del clima de terror e incertidumbre que vivió el país en el periodo de los 12 años de Balaguer.
Gómez Pepín tenía una estrecha amistad con don Rafael Herrera, quien fuera director del Listín Diario. Refiero este hecho, porque cuando trabajábamos en ese matutino, se realizaban reuniones en la casa de don Rafael con el personal periodístico bajo su dirección para evaluar el desempeño de las labores de los redactores, y allí siempre estaba presente su amigo Radhamés. Su hijo, Chiqui Gómez Sánchez, hizo el mejor retrato de su padre: su progenitor no quería acumular bienes para sus hijos, sino dejarle una herencia de dignidad y respeto.