Si el proyecto de modernización fiscal propuesto por el Gobierno fue un globo de ensayo, la reacción de los distintos sectores indican que resultó negativo. Se entiende la necesidad de la reforma para incrementar las recaudaciones, pero no al precio que se quería establecer.
El Gobierno no tuvo más alternativa que retirarlo del Congreso, contrario a lo se creía, ante la avalancha de críticas por los gravámenes y la eliminación de las exenciones. Se dirá que el presidente Luis Abinader sintonizó con el sentir del pueblo al retirar el proyecto para consensuarlo. Pero otros entienden que debió consensuarse, al menos con los sectores afectados, antes de presentarlo de manera unilateral. De todas formas Abinader ratificó que sabe escuchar y no imponerse a la fuerza.
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Con la mayoría aplastante con que cuenta su partido en ambas cámaras legislativas el Gobierno podía imponer el proyecto con el que contemplaba recaudar más de 122 mil millones de pesos. Pero con esa decisión no solo podía dar lugar a disturbios sociales, sino granjearse una imagen de arbitrario.
La ecuanimidad ha sido una de las prendas que han adornado el ejercicio del poder del actual mandatario. Retirar el proyecto de ley para consensuarlo con los distintos sectores y dar a la población las explicaciones de lugar es una decisión sensata, aunque se diga que al Gobierno le tumbaron el pulso. Una ley objetada por casi todos los sectores no podía imponerse bajo ninguna circunstancia. Alienta que el mandatario lo haya entendido.