En medio de todos los nudos retorcidos de satén que adornan “Fifty Shades Darker” («Cincuenta sombras más oscuras”), ninguno vale tanto la pena desenredar como los enredados absurdos de su dominador, Christian Grey. Es un coctel de dinero, abdominales y juguetes sexuales singularmente ridículo.
“El término correcto es un sádico”, dice él mismo en “Fifty Shades Darker”, la segunda película de una trilogía basada en las populares novelas eróticas de E.L. James. Grey compra sus compañías, vuela en helicópteros, sabe usar ganchos para pezones. Es como una mezcla de James Bond y Dirk Diggler, ambos guapos y sucios, pero carente de humor. Otras figuras masculinas de fantasía más plausibles incluyen a los Backstreet Boys y Roger Rabbit.
“Fifty Shades Darker” se adentra en los demonios y traumas del señor Grey, interpretado por Jamie Dornan. Gran parte de la diversión de la película es ver a Dakota Johnson, como la comparativamente normal Anastasia “Ana” Steele, tratando de actuar junto a un galán retorcido que se despierta para ejercitarse en un potro de gimnasia y que conoce a todos los peluqueros de Seattle.
Ocasionalmente ella le implora que deje de comportarse tan raro, pero no lo suficiente. Luego conocemos un poco del pasado de él y esto provoca algunos de los momentos de humor accidental más graciosos de la película. En la habitación de su infancia vemos una fotografía de un adolescente Christian frente al Taj Mahal y sorprendentemente un afiche de “The Chronicles of Riddick”.
El afiche queda de fondo en una importante escena y las preguntas que genera perduran mucho tiempo después. ¿Es una clave que Christian sea fan de Vin Diesel? ¿Fue un gusto pasajero o Christian — ese enigma sexual que viaja por el mundo— se siente igualmente emocionado por las siguientes entregas de “Riddick”? Realmente nunca descubriremos los misterios de Grey. “Fifty Shades Darker”, que mantiene una paleta blanca como la azucena pese al título, retoma la acción tres semanas después del final de la película anterior.
Tras su separación, Christian trata de reconciliarse con Ana prometiéndole que está listo para una relación más “vainilla”, luego que la violencia de sus deseos carnales la asustaran. “Quiero renegociar los términos”, le dice, definitivamente hablando como un ser humano. La pareja rápidamente regresa a sus andadas. Se ducha, se sube a elevadores, se vuelve a duchar. Las escenas de sexo son un poco más calientes y los esculturales cuerpos de Johnson y Dornan están a la altura del trabajo. Pero el punto de vista cambia un poco. El director James Foley (”Glengarry Glen Ross”, `’At Close Range”) tomó las riendas que dejó Sam Taylor-Johnson, quien tuvo choques con James.
Mientras la autora quería que las cintas se adhirieran por completo a su, ejem, prosa, Taylor-Johnson tuvo las agallas de tratar de mejorarla y logró un éxito parcial. “Fifty Shades of Grey” («Cincuenta sombras de Grey”) fue mejor de lo esperado. No se puede decir lo mismo de “Fifty Shades Darker”, el tipo de película que solo hace reír por sus fallidos intentos dramáticos. No solo se reemplazó a Taylor-Johnson, el guion fue escrito por el esposo de James, Niall Leonard.
Al final queda como una secuencia de simulaciones de erotismo interrumpidas con adornos de melodrama que llegan (y son rápidamente descartados) como invitados no deseados en una habitación. Un jefe abusivo (Eric Johnson) interpreta a un villano (mediocre) para el controlador Christian. Una figura del pasado (una Kim Basinger infrautilizada) le advierte a Ana que su novio sólo estará contento con una obediencia total. Las películas han estado tan carentes de sexo en los últimos años que uno quisiera poder apoyar el erotismo ligero de “Fifty Shades”.