Parece que fue ayer, pero han transcurrido 40 años de Sagrario haber sacrificado lo más preciado de todo ente humano, la vida. En Barahona, la mañana del 25 de diciembre del 1946 llegó al mundo Sagrario Ercira, hija de Abelardo Ney Díaz y María Altagracia Santiago.
Bachiller en 1965, recibe matrícula en la UASD para Licenciada en Economía, 1967; participa como delegada estudiantil ante organismos del Co-Gobierno Universitario y miembro de la Comisión de Desarrollo y Reforma Universitarios.
La mañana del 4 de abril de 1972, la UASD laboraba en el proceso de inscripción, mientras el presidente Joaquín Balaguer impartía al jefe de la Policía Nacional, Neit Rafael Nivar Seijas, la orden: «En la UASD está el señor Tácito Perdomo, que vino desde Cuba hace dos meses para matarme. Usted me coge preso a ese hombre como quiera, como sea»
A las 10, Sagrario participaba como delegada estudiantil en una reunión del Consejo Técnico de su Facultad, cuando la universidad fue rodeada por la Policía que, a las 4:20 ametralla en el Alma Máter, recibiendo Sagrario un disparo mortal en hueso occipital y expira luego de 10 días de agonía, 14 de abril.
Las tropas policiales Cascos Negros, Servicio Secreto y Operaciones Especiales, eran comandadas por los coroneles Julio Carbuccia Reyes, Rolando Martínez Fernández y el teniente coronel Francisco A. Báez Maríñez, respectivamente.
Se formaron dos comisiones, la primera para investigar y establecer responsabilidades, integrada por los coroneles Róbinson Brea Garó, Ramón A. Soto Echavarría y José E. Ricourt Regús. Con el informe rendido, la Consultoría Jurídica de la Policía inculpó a Francisco A. Báez Maríñez y ocho alistados, entre ellos al raso Marino Odalís Morel, como culpable del disparo directo que segó la vida de Sagrario.
La mayoría de los culpables fueron excluidos del expediente, al igual que los dos coroneles comandantes. El mediatizado expediente con los imputados fue sometido a la Justicia el 5 de mayo de 1972, previo a ser dados de baja, pero el militar Fiscal del Distrito Fernando A. Pérez Aponte, los puso en libertad, ignorando al Juez de Instrucción.
Con la dirigida actitud del Ministerio Público y la desaparición del expediente, no se llegó a juicio de fondo, lo que formó parte de las maniobras judiciales que llevaron a la prescripción del crimen, quedando impune. Los tres altos oficiales fueron ascendidos a generales y los alistados, aunque dados de baja, siguieron en nómina policial cobrando con otros nombres.
Hoy, a 40 años de la desaparición física de Sagrario Ercira Díaz Santiago, no importa la prescripción ni la impunidad del crimen, lo sentenció el poeta: «Hay muertos que van subiendo mientras más su ataúd baja»