Opinión

Se fue mi héroe

Se fue mi héroe

Hay noches, como la noche del lunes cuando me enteré de la muerte del inmortal del baloncesto y de la vida, Franchi Prats, que resultan inolvidables para quienes lo conocieron, desde lejos y desde cerca, desde el tabloncillo o desde las gradas del Palacio de los Deportes, desde la televisión o de la radio.

La mala noticia me llegó como un rayo. Sabía que moriría en cualquier momento; ¡maldición! , lo sabía, me lo dijo el doctor oncólogo José Ramírez que lo visitó en su lecho. “No durará mucho, Juan. El hígado le colapsó, está muy mal…” No quise creerlo. No hacía mucho lo vi, delgado, pero bien, sonriendo y bromeando como siempre, sin que la muerte trapera se reflejada en su rostro.

Franchi tenía algunos años luchando contra un cáncer que finalmente lo mató. No hace mucho le dediqué este breve homenaje a la amistad y a la vida. Hoy lloro su partida. Y por un buen tiempo, como escribiera Miguel Hernández en su “Elegía”, “y siento más su muerte que mi vida”.

Mi héroe Franchi Prats

Lo conocí hace muchos años cuando acudía junto a mi familia a ver los partidos de baloncesto de una generación de muchachos que se convirtieron en ejemplo de estudio y trabajo dentro de un ambiente alejado de los vicios que ya comenzaban a ser un problema en el país.

A pesar de su estatura, (entre 6-4 y 6-5) le gustaba jugar fuera del perímetro perfeccionando un disparo de larga distancia mortal para los equipos contrarios. Una amplia y luminosa sonrisa lo acompañaba siempre porque hizo del juego una alegría. Se divertía corriendo de un extremo a otro de la cancha ganándose el cariño y el respeto de sus compañeros y de los aficionados.

Su padre, que llevaba su nombre, era un “interactivo” del “Gobierno de la Mañana” de la Z-101 en sus primeros años, haciendo comentarios y denuncias sobre los problemas del país. Conversábamos casi todos los días y hasta nos encontramos en varias ocasiones. Cuando murió, hace años, sentí que había perdido un amigo.

A Franchi lo traté cuando ya estaba retirado, lleno de lauros. Jugamos juntos en “El Timbiriche” y en la liga “440” de Juan Luis Guerra, en el Club Mauricio Báez. Allí conocí al hermano que le regaló la vida,

Leo López.

En todos esos años, estando lejos o cerca, nunca le he visto enojado, frustrado o desanimado, incluso enfermo. Con una sonrisa dibujada en todo su ser, lo resuelve todo. No lo sé, pero supongo que así debe ser con su esposa, con la que lleva muchos años, y con sus hijos.

Siempre, donde quiera que nos encontramos, un abrazo fraterno es el saludo, acompañado de palabras de estímulo, fortaleza y cariño. Pregunta por mis hijos, principalmente por su “pana” Michell, la mayor de mi prole. Así es Franchi.

El Nacional

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