Decidí publicar un compendio de los artículos que más quiero en los casi 37 años de existencia de mi columna “Algo más que salud”, en el periódico El Nacional.
Preseleccioné unos 400 de los tres mil que he publicado y finalmente me quedé con 150, para que conformaran parte de la obra que publicaré.
Sin embargo, mi preferido de todos los artículos es uno que escribí el 2 de abril de 1993.
Este escrito recoge el sentimiento de ternura de una madre hacia su hija con el síndrome de Down, y que me llevó a tener sentimiento de ternura tanto a su madre como a su hija. El trabajo se titula:
¿Dónde venden ternura?
No sé cuántas veces he escrito la palabra ternura.
Sería imposible calcular las ocasiones en que la he pronunciado. Siempre la interpreté como una actitud de cariño que generalmente se tiene para con los seres que se quieren bien y, especialmente, los niños.
No podía imaginarme que ese sentimiento pudiera tenerlo un hombre tosco y poco dado al cariño como yo… y como para mí eso fue un hecho tan extraordinario decidí usar el espacio de «Algo más que salud» para compartir el gozo con ustedes. Determiné, en primer orden, buscar el significado de la palabra ternura y esto fue lo que encontré en un diccionario Larousse: “Ternura: Calidad de tierno, blandura. Sensibilidad: la ternura de una madre. Requiebro”.
Como no me orientaba mucho eché unas páginas adelante y en «Tierno» decía: «Sensible, propenso al llanto. Delicado, afectuoso, afable, cariñoso».
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Es fácil escribir definiciones, pero cuán difícil es describir los sentimientos que en este tenor nos llegan. Voy a intentarlo:
A mi consultorio de barrio acude una señora (muy pobre), desde hace unos seis años. Se había embarazado por primera vez entrando en los 40 años, y le atendimos su embarazo refiriéndola a la maternidad pública con tiempo para que le atendiesen dado que su embarazo era de alto riesgo por la edad y de alto interés humano pues era su primer embarazo, altamente deseado.
La doña parió hembra, mongólica por desgracia, y siguió yendo regularmente a nuestro consultorio buscando atención para las dos. Sus dos récords son de los más abultados. En una de esas visitas la referí al Centro de Rehabilitación donde le han brindado un gran servicio y la niña (ya de cinco años) acude a su escuela.
Muchas veces he tenido la niña de paciente. La siento como una hija a distancia, pero nunca me había producido la sensación que me provocó el pasado 24 de marzo cuando acudió a nosotros con su uniforme escolar y su sonriente carita de luna llena.
La traían por «una gripe mala», pero me desarmó el cariño con que la trataba su madre, con el amor con que le quitó su uniforme hasta dejarla sólo en unos panticitos hechos a mano. Quizá siempre la ha tratado así, pero fue ahora (condicionado mi ánimo), cuando lo noté. Ya había visto varios pacientes en el día, incluidos niños, pero fue aquí donde explotó algo en mí que parece ser la ternura que describe el Larousse.
Normalmente trato con cariño a los niños, especialmente en esos días en que no ando con la migraña a cuesta o no estoy resabiando, pero no recuerdo que me sintiera tan estimulado a dar cariño como en el momento que me acerque a la niña a examinaría: le pasé la mano por la cabeza, le dije algunas cosas al oído, le sonreí de gratis (no tanto para hacérmele el gracioso, sino para expresar lo bien que se sentía mi espíritu), y cuando le ausculté sus pulmones medio la abrasé con mi manota izquierda dándole un apretoncito.
Al terminar de consultarla sentí mucha paz dentro de mí, y al verlas partir fundidas en un apretón, sentí envidia de que ya a mí no me den esos abrazos.
Llámese como se llame lo que sentí fue algo tan maravilloso que me gustaría experimentarlo más a menudo, y es una lástima que no vendan, pues sólo así me gustaría ser rico y comprar ternura a manos llenas que de seguro me ha de brindar «algo más que salud».
El 21 de febrero del 2002 publiqué “14 años después” lo que puede estimarse como una segunda parte de este artículo, pero por un asunto de espacio solo le pondré dos párrafos:“… Absorto en esta lucha interna, vi, intentando cruzar la calle, a dos figuras a las que reconocí al instante y, como por arte de magia, transformaron mi expresión.
Eran las protagonistas de uno de los artículos que mayor trascendencia han tenido en esta columna y que bajo el título «¿Dónde venden ternura?».
Las dos figuras que me alegraron el ánimo son de la madre y su niña con Síndrome de Down cuyo seguimiento di desde el embarazo y que a los cinco años de edad motivaran el artículo de referencia. Di la vuelta y las alcance. Me ofrecí a llevarlas.
La doña sonrió, y con satisfacción, me hizo saber que se alegraba de verme pidiéndole a la niña que me saludara. Esta se acercó, y con su carita de luna llena, inundada por una gran sonrisa me dijo, con la timidez que dan su juventud y su padecimiento «Hola, doctor».
Me estremecí. La niña se ve hermosa y es evidente que su madre, aún cargada de pobreza, la ha colmado de cariño. Comprendí que muchas mujeres tienen hijos y no adquieren la condición de madres, pero a esta señora le sobran atributos como tal…”.
En fin, la puesta en circulación de mi compendio de artículos publicados en El Nacional será el 25 de noviembre a las 7:00 de la noche, en el Colegio Médico.
Aquí podrá leer parte de mis trabajos que considero más interesantes divulgados en tan prestigioso medio escrito.