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Silvano Lora

Silvano Lora

Chiqui Vicioso

Le dije a Quisqueya Lora, la hija de Silvano, que el grabado de Silvano sentado en una canoa y bogando hacia las carabelas españolas durante el Quinto Centenario no le hacía justicia.

El Silvano que recordamos iba erguido, con taparrabo, y con una ofrenda de frutas y flores para los dioses que llegaban a visitarnos, y es esa la imagen que lo catapulta a la posteridad, como el hecho de que una fragata de la Marina intentó ahogarlo para prevenir que se acercara a las carabelas, y fueron dos marinos españoles los que se lanzaron al agua y lo rescataron.

Como imagen maravillosa queda la de un emocionado canciller abrazando a Silvano cuando lo subieron a bordo, en un gesto de hermandad que trascendía todos los trajes caros, y los protocolos.

Otra anécdota que lo retrata entero fue su organización de un viaje en barco, para conmemorar el Manifiesto de Montecristi, siguiendo la ruta de José Martí y Máximo Gómez a Playita de Cajobabo, el 11 de abril de 1895. Según narra José Martí: “Arribamos en tormentosa noche bajo la cual enfrentamos la mar bravía bajo torrencial aguacero” y…”arribamos a una playa de piedra, La Playita, al pie del Cajobabo. Me quedo en el bote, el último, vaciándolo, dicha grande”.

El Silvano que recuerdo
Entusiasmados nos sumamos al listado de pasajeros y viajamos hacia el Puerto de Manzanillo de donde saldría el barco que nos habría de llevar a Cuba. Recuerdo a una profesora aferrada a su marido y llorando porque temía que algo pudiera pasarle. Y recuerdo a Silvano reafirmándole que andábamos con salvavidas y además !repelente para tiburones!

Yo nunca había oído hablar de “repelente para tiburones” pero le creí, hasta que ya en la chalupa Silvano me explicó que los salvavidas eran unos tanques vacíos de gasolina que flotaban en el agua y que había que aferrarse a ellos si el barco se hundía, y que el repelente era la gasolina que había que botar en caso de que ello sucediera.

Empero me estoy adelantando al relato. Al llegar al Puerto de Manzanillo vi un barco grande y gris, y me encantó. Me sentí aliviada y avancé hacia él. Silvano me detuvo y me dijo ese no es, pero no había otro en el puerto. Me dijo: asómate y allí había una chalupa como de los cuentos de Melville, donde -de pie- cabíamos los 23 que andábamos.

Faltaba aun el episodio más importante: La guardia nocturna, mía y de Silvano, contra los piratas del puerto de Cabo Haitiano. El, de perfil, con un bate, y yo con un palo de escoba. Ea noche hablamos de su visión del mundo. Pero esa es otra historia.