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Tapones y motoconchos

Tapones y motoconchos

Alberto Quezada

República Dominicana vive una creciente crisis urbana marcada por el colapso del tránsito, especialmente en ciudades como Santo Domingo y Santiago.

El aumento imparable del parque vehicular —más de 250 mil unidades nuevas por año—, contrasta con una infraestructura vial obsoleta y mal planificada, provocando tapones diarios que afectan la productividad, la calidad de vida y el desarrollo nacional.

A esta crisis se suma el fenómeno del motoconcho, una forma de transporte informal que, aunque responde a la necesidad urgente de movilidad, plantea serios riesgos.

Estos conductores, en su mayoría sin licencia, sin seguro ni formación en seguridad vial, circulan de forma caótica: invaden aceras, andan en contravía y muchas veces sin casco. Además, han sido vinculados a actos delictivos, especialmente en horarios nocturnos.

El desorden parece haberse normalizado. La falta de control por parte de las autoridades y la actuación irregular de la Digesett alimentan una sensación de impunidad. Mientras tanto, miles de ciudadanos, principalmente de sectores populares, se ven obligados a aceptar esta peligrosa alternativa como su único medio de transporte.

El motoconcho no debe ser visto como enemigo, sino como síntoma de una falla estructural. En países como Colombia y Brasil, los mototaxis han sido integrados formalmente al sistema de transporte mediante regulación, capacitación y organización por zonas. República Dominicana podría tomar nota de estas experiencias.

Sin embargo, la solución real no pasa sólo por regular los motoconchos, sino por transformar el sistema de transporte público. Aunque el metro y el teleférico han sido pasos en la dirección correcta, resultan insuficientes.

Se requiere una red eficiente de autobuses modernos, rutas planificadas y una política nacional de movilidad urbana sostenible. Además, es clave limitar la importación indiscriminada de vehículos, rediseñar el urbanismo con visión a largo plazo y fomentar la educación vial desde la infancia.

En resumen, el problema del tránsito en RD no es sólo técnico, sino profundamente institucional. Mientras se sigan aplicando soluciones improvisadas, el desarrollo seguirá atrapado en un tapón eterno. El país necesita una revolución en su modelo de movilidad, una que priorice la seguridad, la dignidad y la eficiencia de todos sus ciudadanos.