Sin ánimo de fastidiar y cuestionar a quienes de manera colectiva y personal andan en busca de su salvación y de vivir en paz consigo mismo y con los demás, pero, carajo, no deberían poner en peligro sus vidas, porque ello implica tentar al “Creador del Universo”, lo cual raya en el fanatismo y el fundamentalismo.
Digo esto porque recientemente en la comunidad de Sánchez, de la provincia de Santa Bárbara de Samaná, en el nordeste del país, varias personas pertenecientes a una denominación cristiana evangélica perdieron sus vidas mientras se trasladaban en un destartalado camión y este fue embestido por otro en la carretera.
Por más devotos y cristianos que seamos y por más amor que le tengamos a la religión que profesamos no hay necesidad de exponernos al peligro y a la muerte en las carreteras.
Ahora les tocó a los llamados evangélicos pentecostales, pero en innúmeras ocasiones hemos visto accidentes en calles y avenidas de consagrados católicos que cada 21 de enero tratan de llegar a Higüey a “cumplir promesas a la Virgen de Altagracia” y en el trayecto encuentran la muerte.
Hemos observado a los ganaderos del país trasladar sus reses, sus toros, sus caballos y sus animales en camiones con rampas, cerrados, seguros y bien protegidos para que estos lleguen a su destino sin un rasguño, sin embargo, los seres humanos, especialmente los pobres, si vivimos en el barrio, es amontonados; en la cárcel, hacinados y en un vehículo, apretujados.
Por el simple hecho de llegar a un culto, a una campaña evangelística o a un encuentro religioso no es menester correr tantos riesgos.
Hoy lamentamos la tragedia de Sánchez-Samaná; hoy lloramos por la cantidad de niños, ancianos y mujeres indefensas que perdieron la vida en ese fatídico accidente, cuya culpa es exclusiva del fanatismo religioso, el cual persigue que todo el mundo comparta una determinada forma de pensar.