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Para quien esto escribe, el pensamiento liberal del siglo XIX tuvo como característica fundamental cuatro elementos que, por su naturaleza, bien merecen ser mencionados: primero, la existencia de una férrea disciplina; segundo, una vocación de servicio incuestionable; tercero, una entrega de sacrificio absoluto; y cuarto, una fortalecida y cristalizada ética pública.
Durante dicho siglo, los primeros pensadores liberales tomaron como punta de lanza a La Trinitaria, primera organización política que se conoce, para desde allí comenzar a luchar sin tregua por sus ideales civilistas e independentistas. Luego, pasada la segunda mitad del siglo, los liberales dominicanos se reunieron alrededor del Partido Azul de Gregorio Luperón. Lo que nos conduce a la confirmación sólida de que los enfrentamientos primero fueron escenificados entre duartistas y santanistas, y después entre luperonistas y baecistas.
La lectura sin prisa y concienzuda de los numerosos y variados escritos del prócer restaurador, doctor Ulises Francisco Espaillat, nos presenta no sólo al hombre eminentemente sencillo, digno, honesto, y supremo defensor de la ética pública; sino que, además, nos acerca al ser humano representante del pensamiento liberal y nacional de conciencia más pura.
Es cierto. Nos acerca al hombre cuya visión, misión y valores, siempre estuvo al servicio de su patria; al hombre que, al igual que Juan Pablo Duarte, supo servir y sacrificarse por su suelo patrio sin pedir nada a cambio.
Su espíritu de juventud lo llevó, desde temprano, a aceptar los planes revolucionarios de los trinitarios. Por eso, sin pensarlo dos veces, apoyó la causa independentista participando en la batalla del 30 de marzo de 1844, en Santiago, donde fue derrotado el ejército haitiano bajo el mando del general Pierrot.
Por: Oquendo Medina
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