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Un maestro en la escuela

Un maestro en la escuela

Luis Pérez Casanova

La misión del maestro no es otra que la de enseñar. Adecuados planteles, modernos equipos, buena alimentación y salarios apropiados son esenciales. Sin embargo lo más importante es el maestro. Los estudiosos no se cansan de repetir que la escuela está donde está el maestro, una condición que se ha perdido por la falta de vocación y formación de quienes ejercen el oficio.

La designación de Ángel Hernández en el Ministerio de Educación ha despertado esperanzas en torno a una verdadera reorientación del sistema educativo. Al asumir no ha hablado de revolución ni de modelo, sino de impulsar la enseñanza. Por esa sola razón la imagen que ha proyectado es la del maestro cuando llega al aula.

Por cierto, las malas revoluciones no solo han sido políticas, en torno a las cuales los ejemplos sobran, sino en sectores como la educación, lo que es peor por el atraso que implica para el desarrollo y crecimiento de las naciones. Por aquí tenemos el caso del 4% , que quienes tienen ojos para ver reconocen que ha servido para todo, menos para mejorar la calidad de la enseñanza.

El reclamo, que implicó marchas y movilizaciones, se convirtió en una consigna política. Como bastaba como victoria con la asignación jamás se pensó ni se veló por el uso que podía darse a los recursos. Desde 2013 el vasto presupuesto de la cartera se destinó más a las construcciones y compras de equipos que a la formación de maestros para estimular el aprendizaje dentro y fuera del aula.

Antes del destape del ministro Hernández al afirmar que los resultados en el aprendizaje indican que se ha ido al zafacón la inversión en el sector en los últimos 10 años se estaba consciente de que el modelo, sustentado en la propaganda y en el gasto sin control, no había funcionado.

Por los resultados de las evaluaciones internacionales, en las que este país ha permanecido a la zaga en aprendizaje, incluso peor que naciones que destinan menos recursos a la enseñanza, se deduce que el 4% no ha sido bien empleado. Pero, a menos que se quiera pecar de hipocresía, no se podía esperar otra cosa, con todo y el rimbombante pacto educativo que se suscribió, mientras el sistema de enseñanza no estuviera en manos, en cuanto a criterio, de educadores.

La llegada de Hernández despierta esperanza de que por primera vez en muchos años la educación comenzará a trillar su verdadero sendero y de que los profesores cumplirán con su rol. Es posible que todas esas malas revoluciones que tanto trauma han causado se conviertan en buenas revoluciones con la colocación del sistema por encima de funestas ambiciones e intereses políticos y económicos.