Opinión

Un pueblo deprimido

Un pueblo deprimido

Los últimos acontecimientos revelan que nuestra ciudadanía, vulnerable a causa de la desesperanza colectiva, sufre las consecuencias del manejo inescrupuloso de la política ejercida por todos los partidos en nuestro país. Así, gobierno y oposición, nos demuestran día a día que el pueblo cuenta para poco más de una presencia nominal en sus discursos y en explicaciones distorsionadas, por unos que justifican y otros, que prometen.

El presunto suicidio del arquitecto David Rodríguez en un baño de la OISOE, dejando sendas notas incriminatorias que destaparon la corrupción institucionalizada en el manejo del dinero establecido en el presupuesto de Educación, conseguido por el reclamo constante y organizado del pueblo del 4%, generó una respuesta general: ¨era de esperar¨, ¨se sabía ya que iban a robarse ese dinero¨, etc.

Con el juicio -incomprensiblemente dilatado- del senador de San Juan, llevado a la justicia por la misma Procuraduría General de la República, por corrupciones durante su tiempo de funcionario, la ciudadanía respondió igual, ya antes de la audiencia incluso, diciendo, ¨era de esperar¨, ¨todo estaba amarrado¨, ¨la justicia está amañada para apoyar a los inculpados¨, etc.

Otros sucesos, como el incremento de suicidios, la confesión pública y posterior cancelación de un policía por las precariedades salariales, el alza de precios para una llamada ¨canastica familiar¨, en la que cabe poca cosa, y otras manifestaciones sociales, han mostrado una ciudadanía que se reconoce desesperanzada. Somos un país deprimido, en el que la frase ¨todos da igual¨, ocupa nuestra visión colectiva de futuro.

La sociedad política dominicana, conformada por partidos y personas funcionarias y allegadas, carga la responsabilidad de confirmarnos como pueblo en la indefensión aprendida y fatalista que nos paraliza. Somos un pueblo, con déficit motivacional para cambiar respuestas, consecuencia de reiterados episodios de corrupción, engaño, falta de palabra, etc.; también, con un déficit cognitivo colectivo que nos hace generalizar la desesperanza y creer que nuestras respuestas, no generan resultados diferentes; y además, nuestras reacciones son de miedo y depresión, lo que nos mantiene en la renuncia de producir cambios. Como diría el Sicólogo estadounidense Marín Seligman.

En esta percepción de ausencia de control que tenemos como pueblo, somos presa del ¨fatalismo¨ acuñado por el Sicólogo Social y sacerdote jesuita español, Matín Baró, al referirse a la relación establecida entre personas de un entorno que consideran incontrolable. Una indefensión fruto de discursos y prácticas que fomentan la inacción política y como resultado de experiencias reiteradas de fracaso por controlar el entorno, decía Baró.

Gobierno, candidatos y animales políticos -nunca mejor dicho- tienen un gran desafío de cambiar esta depresión nacional.

El Nacional

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