Opinión

Una ignominia

Una ignominia

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Finalmente, Clarivel Nivar Arias le dio visa a cuatro hojas plagadas de falacias y risibles imprecisiones de tiempo, modo y lugar respecto de la alegada ocurrencia del supuesto hecho punible, en las que para colmo se atragantaban los nombres de personas que hubiesen resultado coautores de haber sido ciertos los sucesos fantaseados por el Ministerio Público.

La orfandad probatoria para sustentar la mendaz acusación, unida al cuestionable papel de tercero imparcial de Nivar Arias, hizo rodar varias versiones en torno a los motivos que la sedujeron. Quien esto escribe guarda consigo la declaración de una persona que a la sazón laboraba con el querellante, cuyo relato en torno a lo que habría ocurrido tras bastidores es sobrecogedor. Otra gira alrededor de la estrecha relación de la jueza tanto con el entonces Fiscal del DN, Alejandro Moscoso Segarra, quien le habría guiñado un ojo, como con el abogado Marcos Espinosa, quien asistió técnicamente al querellante.

Sea como fuere, lo cierto es que su auto de apertura no condujo a nada, pues la Segunda Sala Penal de la Corte de Apelación del DN admitió el recurso de apelación que se interpuso contra la malhadada resolución de Nivar Arias, habida cuenta de su masacre a garantías fundamentales de los imputados.

Esa decisión fue luego confirmada con ocasión de un recurso de oposición del querellante, y posteriormente, la Suprema Corte de Justicia le cerró el camino al declarar inadmisible el recurso de casación que este último elevó.
Atrapado y sin salida, la parte perdidosa accedió a indemnizar satisfactoriamente a los imputados por los daños morales que les generó el desvarío judicial a que habría sido empujado por sus titiriteros. Hasta donde se sabe, la canallada fue orquestada por Frank Cabral Calcagno y Abel Rodríguez del Orbe, incorporándose luego Víctor Díaz Rúa y Ciro Cascella, sobre quienes un destino adverso ha descargado su furia.

Uno de los imputados fue el autor de este artículo, que con denuedo, valor y determinación enfrentó a los mencionados personeros hermanados en cuerpo y alma en aquel arrebato de torpezas, soberbias y desenfrenos. Diez años han discurrido desde entonces, a lo largo de los cuales he sido testigo de cómo Dios le ha administrado justicia divina a los confabulados, entre ellos a un abogado del montón que se sumó a la correría y que entre otras tantas vicisitudes, sufrió el escarnio público.

En “La Dama de las Camelias”, Alejandro Dumas sugiere dejar por el camino de la vida la dádiva de nuestro perdón. El testimonio que he ofrecido no es más que la apología de la perdición moral a que propende el abuso, o si se prefiere, de lo que cualquier mudo de conciencia es capaz de hacer por un puñado de pesos.

Aunque mi queridísimo amigo Ricardo Ravelo y yo fuimos víctimas de Nivar Arias y los promotores de la perversidad narrada grosso modo en estas cinco entregas, acojo el consejo dado por Dumas en su novela rosa ambientada en Paris durante la monarquía de Luis Felipe de Orleans, y aquí les dejo como limosna mi perdón.

El Nacional

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