El cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez ha sugerido la disolución de la Organización de Naciones Unidas (ONU) por su ineficacia para afrontar conflictos en el mundo que causan miles de muertos, y por convertirse en un escenario liderado por grupos que se aíslan y se hacen la guerra entre ellos mismos.
Aunque ese pedido parece tintado de exageración, la verdad es que la ONU ha mostrado repetidamente incompetencia o sumisión ante poderes imperiales que promueven o alientan guerra, como es el caso, resaltado por el prelado, de Siria, donde una cruenta guerra civil ha causado ya más de 70 mil muertes.
La ONU emergió en San Francisco, California, de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial, como sociedad de naciones, sin que durante sus más de seis décadas de existencia haya podido nombrar casos relevantes en los que haya evitado por vía del diálogo o concertación grandes conflagraciones.
Centroamérica fue escenario en la década de los 70 y 80 de cruentas guerras civiles que asolaron a Nicaragua y a El Salvador, con saldo de más de cien mil muertos, sin que Naciones Unidas usara su innominado poder para evitar un conflicto generado por el interés expansionista de Washington y Moscú.
Tampoco ese organismo internacional se movilizó para detener los exterminios de tiranías que desgobernaron en Suramérica, donde todavía hoy la justicia procesa a sátrapas por crímenes de lesa humanidad. La presencia de la ONU ha sido tímida para contener sangrientas guerras tribales en África, empobrecido continente usado como ajedrez por metrópolis neocolonialistas.
Medio Oriente y Golfo Pérsico constituyen los más trágicos ejemplos de la incompetencia que el cardenal López Rodríguez atribuye a la ONU, pues en el primer caso no ha podido cumplir con su propia resolución de 1948, de patrocinar la creación del Estado Palestino y en el segundo legalizó la cruenta e injustificada guerra de Irak que destruyó los cimientos de la más antigua civilización humana.
Siria se desangra hoy a causa de la pugna entre Estados Unidos, Rusia y China por el control geopolítico de Oriente Próximo, sin que hayan servido para nada las gestiones de paz de dos enviados de la ONU, incluido su anterior secretario general, Kofi Annan, quien tuvo que renunciar ante la ineficacia de su misión.
Por todo lo antes expuesto y por un rosario infinito de fracasos y carencias de voluntad política o de poder efectivo de disuasión, las palabras del cardenal López Rodríguez, de que si ese organismo internacional no trabaja, que se disuelva, porque sólo sirve para engañar, constituyen verdades como templo.

