La muerte de dos jóvenes disparó la alarma sobre un evidente centro de torturas y degradación que operaba en Santiago bajo el disfraz de ser de rehabilitación y regeneración.
Las denuncias sobre el establecimiento que dirigía el “pastor” Lorenzo Silverio Almonte, quien está detenido, son tan espantosas como conmovedoras.
Lisbeth de León Santos Taveras expresó que un hermano suyo fue ingresado en el Centro Vida Nueva para Jóvenes el 21 de septiembre de 2020 y que ocho días después lo encontraron ahorcado y con signos de violencia.
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Pero el caso que moviliza a la opinión pública es la muerte el 13 de diciembre de Daniel de Jesús Rodríguez en circunstancias todavía no aclaradas.
Llama la atención que tras los sucesos es que se haya determinado que el centro, que alojaba pacientes y prescribía medicamentos controlados, operaba con la más absoluta normalidad. Tal vez en esas condiciones hay muchos, sin descartar incluso que reciban hasta alguna subvención del Estado.
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Tanto la operación de lo que se ha definido como casa de terror en Santiago, así como la aparente permisividad ameritan de una exhaustiva investigación para establecer responsabilidades.
Cuesta aceptar que solo pueda tratarse de negligencia burocrática, a causa de lo cual se sabe, hasta ahora, de la muerte de dos personas.