La Federación Nacional de Transporte la Nueva Opción (Fenatrano) ha resuelto perdonar la vida, al menos por ahora, a miles de usuarios que había condenado a pagar a partir de hoy un aumento de cinco y diez pesos en el precio del pasaje de concho, a pesar de que los combustibles bajaron de costo el viernes.
Tal parece que el principal accionista de ese consorcio amaneció de buen semblante y resolvió no aplicar ese incremento que afectaría la debilísima economía de familias de menores ingresos, aunque el susto que hizo pasar muestra el altísimo nivel de desorden que caracteriza un servicio tan vital como es el de transporte público de pasajeros.
Los dueños del país se creen con derecho o autoridad para dejar varada mediante paros sorpresas a una masa indefensa de pasajeros que no encuentra forma de llegar a sus lugares de trabajo o estudio o de retornar a sus hogares.
No se niega que el Gobierno ha manejado de manera poco transparente todo lo relacionado a la importación y comercialización de combustibles, pero ello no ofrece patente de corso para que empresarios del transporte instalen un cadalso monopólico con la única finalidad de enriquecerse.
Esa gente hace lo que mejor le parezca a pesar de que las autoridades favorecen con un mentado bonogás a más de 20 mil choferes del concho y que el Ayuntamiento todavía paga intereses y capitales por una deuda de 400 millones de pesos de la que sirvió de garante para importar minibuses entregados a uno de esos consorcios empresariales.
El transporte público urbano e interurbano constituye un monopolio de naturaleza mafiosa que perjudica a propios trabajadores y a la ciudadanía en sentido general porque los dueños de esas empresas, disfrazadas de asociaciones o sindicatos, aplastan a sangre y fuego cualquier tipo de competencia porque se consideran únicos dueños del mercado, a tal punto que muchas veces se pelean entre sí por ampliar dominios.
El Gobierno debería siquiera por una vez ponerse los pantalones y enfrentar esta añeja mafia del transporte aunque los usuarios de ese caótico servicio estén compelidos a quedarse en su casa por el tiempo que se requiera conjurar ese gran desorden.

