Para ir a un proceso de reelección favorable es necesario que haya paz, armonía y racionalidad en el país. Sin embargo, han venido incrementándose las quejas de quienes perciben la falta de compromiso permanente con la sensibilidad, la eficiencia y cumplimiento del Gobierno con los problemas de la nación, y más cuando han sido promesas del propio mandatario.
La reciente convocatoria a la “huelga” cibaeña por gente prácticamente desconocida, creó focos de tensión por la fuerte presencia militar, pero al mismo tiempo ha sido un catalizador emocional para los organizadores que le dieron un susto sin luto al oficialismo. Es cierto que el orden está fundamentado en la intimidación, que fue la interpretación oficial, pero la moderación se impuso y hubo poco de violencia.
Pero siempre queda esa tentación del remolino callejero y como crece el descontento por la crisis (¿Crisis? ¿Qué crisis?, dicen desde el Gobierno que entienden que esa expresión proviene de una oposición frustrada por el amplio apoyo de que goza el Presidente), obviando que esa pasividad suicida del pueblo puede agravarse por la pesada losa de problemas que le agobia: altos precios de combustibles, alimentos, medicinas; deficiencias hospitalarias; agua potable, apagones, inseguridad ciudadana, falta de aulas y docentes; obras públicas ralentizadas y no cumplidas, costos elevados del transporte; el agro con paliativos, metafóricamente hablando, volando sin radar; ¡Supérate, un simple pero significativo caso de justicia social, se percibe que no existe el espíritu de honradez en su distribución!; cientos de miles de jóvenes que se constata están viviendo peor que sus antecesores, aún no tengamos información detallada de sus hogares, oímos sus reclamos constantemente y agravan la representación política del PRM que no puede ofrecer nada más a esa “deuda”.
Esto reduce el protagonismo presidencial por su misma financiación, y aunque tenga un corazón grande para dar y ofrecer, las posibilidades financieras son finitas. ¡Ojo al Cristo!