Editorial

¿Austeridad?

¿Austeridad?

El presidente Danilo Medina ha dispuesto por decreto prorrogar hasta fin de año las medidas de  austeridad vigentes desde el inicio de su gobierno en agosto de 2012, que incluyen prohibir en las instituciones públicas las donaciones, adquisiciones de nuevos vehículos, distribución de canastas navideñas y uso de tarjeta de crédito, entre otras restricciones.

Aunque se trata de una  medida  compatible con la previsión  del Gobierno de reducir  el déficit fiscal  de más del 6% a un 2.8% del Producto Interno Bruto (PIB), el término “austeridad” no parece encajar con una economía  que no padece efecto recesivo y cuyo pronóstico de crecimiento  para  2013 sería de un 3% del PIB.

Esas restricciones en el gasto público deberían mantenerse vigentes por muchos años, toda vez que ingresan en  el renglón de  erogaciones superfluas o dispendiosas, así como es necesario mantener  la prohibición en entidades oficiales de egresos que no cuenten con la correspondiente apropiación presupuestal.

Tales medidas, incluida la prohibición a los funcionarios viajar al exterior cada vez que les venga en gana, no se inscriben propiamente en  una política de austeridad, sino de calidad  del gasto, porque  además no se ha constreñido la ejecución presupuestal al punto que  se posterguen iniciativas básicas relacionadas con  el crecimiento económico o desarrollo social, como el cumplimiento del 4% para la educación.

Los elementos constitutivos de un Plan de Austeridad se corresponden con la imposibilidad del Gobierno de ejecutar la Ley de Presupuesto por una caída brusca de los ingresos fiscales o por un  déficit inmanejable en la cuenta corriente de la balanza de pagos que obliga a restringir importaciones o a penalizar la comercialización de bienes suntuarios o aplicar traumáticas reformas tributarias.

Al Gobierno no le conviene mercadear la palabra “austeridad”, una de cuyas acepciones refiere al  austero como “sobrio”, “morigerado” y “sencillo”, pero también como “agrio”, “astringente” y “áspero”, porque ese vocablo no conecta con optimismo ni esperanza, sino con miseria y limitaciones.

En ningún modo se postula el criterio del dispendio, pero tampoco la  idea de vaticinar el fin  del mundo, porque la economía dominicana no  sufre síntoma de recesión y porque el deber del Gobierno es impulsar la meta de  crecimiento del PIB, control de inflación, generación de empleo y expansión del valor agregado.

Es verdad que no se puede hablar de soga en casa del  ahorcado, pero tampoco morirse en la víspera, por lo que  puede decirse que el presidente  Medina ha hecho bien en prorrogar las restricciones al gasto en instituciones públicas, pero no es prudente  comparar esas medidas que cualifican la ejecución presupuestal con el lúgubre  silbido de un régimen de austeridad, como, por ejemplo, el que se aplica en España.

 

El Nacional

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