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La violencia sexual afecta la salud física y mental de las víctimas, y son relevantes las consecuencias sociales. La OPS/OMS señala que este tipo de trauma provoca una pérdida de nueve años de vida saludable, aunque la persona sea asistida de forma oportuna y por un terapeuta competente que disminuya el riesgo suicida.

En algunos casos, la violación sexual puede suceder contra adultos, adolescentes o infantes de su propio sexo o del opuesto, además, se puede tratar de que victimario y víctima tengan alguna familiaridad.

Desde otra perspectiva, se trata de una conducta sexual que conlleva hostilidad hacia la víctima, aunque no haya penetración; se trata de un acto en que se fusionan los impulsos sexuales y agresivos.

Esta acción contra el abusado provoca un daño psico-social, incluyendo a parejas legalmente unidas, pero emocionalmente separadas, y el hombre mediante chantaje o violencia física posee a la víctima.

Cuando está ausente la fuerza física, pero sí la coacción, el victimario y/o su defensor legal niegan la violación, no obstante el uso del fraude, engaño, chantaje, falsas promesas y otras estratagemas.

La mayoría de los sobrevivientes a una violación sexual, padecen un trastorno por estrés postraumático, tras el ataque, y puede extenderse si no se procura de forma oportuna la asistencia psicológica y/o psiquiátrica.

Es frecuente que la víctima reviva la experiencia traumática en pesadillas, recuerdos vívidos y evitación de esos recuerdos, sentimientos de culpa, ansiedad, depresión, irritabilidad e insomnio. El violador es por lo general reincidente, pese a condenas legales y morales, por lo que hay que aplicar programas de prevención, educación y sanciones más severas, erradicando miserias sociales y económic