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Clandestino

Clandestino

Pedro Pablo Yermenos

El ambiente político estaba convulso. Los adversarios del régimen y, sobre todo, quienes profesaban las ideas de nuestro personaje, corrían gran riesgo. Era evidente el propósito de exterminar aquellos que podían obstaculizar el plan que, desde el poder, se implementaba.

Eran muchos los desaparecidos y asesinados, en ocasiones en plena calle, para comprender que se trataba de una situación macabra.

Quienes lo protegían, le advirtieron que las condiciones para ofrecerle garantías de sobrevivencia, eran circunstancias pasadas y que, la única manera de incrementar posibilidades de seguir viviendo, era abandonando el país. Ni siquiera eso implicaba seguridad absoluta porque era sabido que, para los tentáculos del terror, las fronteras no constituían impedimento insalvable.

De ahí en adelante, sus esfuerzos se concentraron en encontrar la forma de alejarse lo más pronto posible de la esfera de influencia inmediata de las devastadoras garras del autoritarismo intolerante. Pero lograr eso resultaba tarea complicada.

No era factible usar, en procura de ese objetivo, documentos propios, ni mucho menos intentar hacerlo sin ninguna transformación física.

Resolver el tema de la papelería no era lo más complejo. Tenía contactos para obtener una suplantación de identidad. Quedaba lo relativo a la simulación de la apariencia corporal. Pensó que su íntimo amigo sacerdote podía ayudarlo y a él recurrió. La solidaridad no se hizo esperar. Así empezó a ejecutarse la idea de convertirse en falso cura, algo sumamente difícil a causa de sus características vivenciales. Pero no era momento de elegir.

De esa forma, inició un entrenamiento acelerado de conocimientos básicos que debían ser manejados con total destreza por un religioso. Eso se producía de forma paralela a los cambios radicales en su fisonomía.

Llegó un momento en que tanto se distanció de su apariencia natural que, al verlo, su propia esposa vaciló al besarlo como de costumbre en las escasas ocasiones que compartían.

La salida se llevaría a cabo vía marítima en barco que zarparía de Santo Domingo, rumbo a una islita del Caribe. Tenía en sus manos las pruebas de ser el dignatario en que se había convertido y, con la ayuda de su equipo, logró asombrar hasta su entorno íntimo quien llegó a dudar que era la misma persona.

Quince minutos después de abordar la nave, le asignaron su camarote. No podía creer la coincidencia, le tocaría compartirlo con dos jesuitas quienes, al saberlo, celebraron el hecho porque así podrían oficiar sus cultos con mayor tranquilidad.