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Comilonas, caminatas, gimnasios y dietas

Comilonas, caminatas, gimnasios y dietas

Por: Mario Emilio Pérez
marioeperez@hotmail.com

En mis ochenta y seis años de vida he conocido personas que le conceden gran valor a los utensilios de cocina: plato, cuchara, cuchillo y tenedor.

Pero esa valoración no es de carácter estético, ya que no se debe a la admiración de sus formas, materiales, o coloraciones.

Su importancia se origina en la utilidad que tiene para muchos bípedos racionales la antiquísima necesidad de ingerir alimentos.

Pero si bien es cierto que un ayuno prolongado puede enviar a cualquier ser viviente a emprender el viaje del cual no se regresa, puede causar el mismo efecto un hartazgo triturador de estómago e intestinos.

Un amigo glotón afirmaba que de una persona que realizara solamente tres comidas diariamente se podía decir en  lenguaje popular que “pasaba hambre”.

Una noche de 1962 que regresábamos de una jornada romil, no borrachos, sino sugustones, el hombre me invitó a un puesto de venta callejera de frituras, del cual era cliente habitual.

Su primera petición a la mulata cuarentona y regordeta que atendía el negocio fue de veinte fritos verdes, a los que siguieron dos buenas porciones de morcilla, un trozo de carne de cerdo, y dos generosos pedazos de chicharrón.

El veterano consumidor de fritanga se bombeó el servicio culinario de una sentada, la cual finalizó con una especie de resoplido de satisfacción, unido a una tanda de manuales caricias en la abultada barriguita cervecera.

Aunque desde hace algunos años nuestra relación no es tan estrecha, cuando nos topamos en algún lugar aprovechamos la ocasión para conversar acerca de la situación de nuestras añejadas existencias.

Y en varias de esas ocasiones me informa que está sometido a alguna dieta con el fin de desprenderse de la carga de algunos kilos por indicación de un médico endocrinólogo.

Pero de acuerdo con su entristecida confesión, reconoce que su voluntad resulta débil, y en todos sus intentos no ha durado siquiera un mes con la disminución del uso de utensilios de cocina.

Albergué esperanzas acerca de la posibilidad de que cesaran sus fracasos con las dietas, cuando se inscribió en un acreditado gimnasio, mientras además aguantaba la boca.

Pero si bien se mantuvo activo en  los ejercicios gimnásticos durante varias semanas, cayó rendido en todos y cada uno de sus intentos por evitar el excesivo engrase gastronómico de sus vías digestivas.

A mediados de la década del setenta el activo traga fritos se emparejó con una joven atractiva de esbelta figura, aficionada a las caminatas, quien logró que él la acompañara en este saludable ejerció.

Conociendo lo anémico de su voluntad con los esfuerzos físicos, me alegré al decirme que su compañera sentimental lo había amenazado con finalizar el idilio si dejaba inactivas sus canillas.

Sabiendo que el congénere estaba más enamorado que los tan citados colegial y cadete, quedé sorprendido al enterarme de que la damisela lo había abandonado.

Y que la causa fue que dejó de acompañarla en el uso del más antiguo medio de locomoción en horas de madrugada, en parte porque retrasaba su desayuno.

Al llamarlo por la vía telefónica, fue bastante explícito y su voz sonaba con tonalidad vigorosa y risueña cuando me habló.

-Mario, seguro piensas que soy bruto al perder una mujer joven y de buen físico, pero sólo servía para proporcionarme un placer de breves minutos, y a costa de aguantar la boca, madrugar y caminar mucho y rápido todos los días, menos el domingo. Ahora la cama me sirve para dormir y descansar, y estoy a punto de conquistar una gordita bella, dormilona, y nada exigente. O sea,  que salí ganando por todos los lados.

Hace poco lo vi en un supermercado, gordísimo, y me saludó desde lejos, con cara que lucía una amplia sonrisa de hombre feliz.

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