Editorial

Conmoción

Conmoción

Ayer, un comerciante mató a balazos a su esposa y una vecina en el ensanche Luperón antes de suicidarse de un disparo en el kilómetro 6 de la carretera a Samaná. En San Pedro de Macorís, un médico de 47 años ultimó a su esposa de 35 para luego, según la Policía, quitarse también la vida. Fueran casos aislados de no estar precedidos de una alarmante ola de feminicidios y suicidios de personas de todas las edades.

Con la profanación de la basílica La Altagracia, de Higüey, los especialistas concuerdan con que el responsable, identificado como el adventista Jorge de la Rosa Caraballo, de 24 años,  exhibe los perfiles de un enfermo mental. Sin necesidad de ser un experto es obvio que se tiene que estar muy perturbado para violar un templo y más con alegatos tan inverosímiles como el de que era un general de Dios.

Pero ¿qué decir sobre la ola de feminicidios y suicidios, de la cual los hechos ocurridos ayer no son más que eslabones de una larga cadena? Es posible que sea la sociedad la que esté enferma a causa de una amplia gama de conflictos, que van desde la frustración hasta la crisis de esperanza, pasando por lo familiar, lo cultural, lo emocional, lo político y lo económico. A todo esto sin descartar otros motivos.

Esa violencia, a la que se agregan homicidios con saña por motivos baladíes, pueden ser síntomas de un elevadísimo componente de crispación social, que unos atribuirán a la incapacidad de amplios segmentos para lidiar con los problemas de la vida cotidiana y otros simplemente a un sistema corroído por la impunidad, la injusticia y la ominosa crisis de valores.

Son muchísimos los homicidios y suicidios que han disparado el alerta. Sin embargo, el caso del comerciante Gilberto González Cruz, quien mató a su esposa Jacqueline Méndez y a una vecina identificada como María Xiomara Nova Mora, suicidándose luego, invita por lo menos a algún tipo de reflexión. Lo mismo que el suceso durante el cual el médico Pedro Nicolás Fondeur mató a su pareja Liscania Vila y después se quitó la vida. No se trata de la violencia callejera que tiene en ascuas a la población ni tampoco puede reducirse a los simples crímenes pasionales.

Se trata de sucesos que ameritan de estudios profundos, porque es posible que la razón esté en el sistema social. Y si es así, entonces hay que abocarse a modificar o reorientar unos patrones que generan frustración y perturbación, con su secuela de trágicos desenlaces, en la población. Sería una irresponsabilidad evadir o minimizar una realidad tan espantosa, que consterna a la sociedad y enluta a la familia.

Esa violencia que conmociona y que ha cobrado tantas vidas compete abordarla, pero con acciones y ejemplos concretos y eficaces, no ejercicios de relaciones públicas, a quienes detentan el poder. Sin que nadie se llame a engaño.

El Nacional

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