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Convergecia: Ficción del Unicornio

Convergecia: Ficción del Unicornio

Efraim Castillo

«El poema hace de nosotros una forma de sujeto específica que no se sirve del lenguaje ni a la inversa, sino que deviene del lenguaje. El poema nos transforma en forma-sujeto». -Henri Meschonnic: «Manifieste pour un parti du rhytme», 1999.

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En Ficción del Unicornio, el poemario de Leibi Ng, cada verso conlleva un movimiento desde y hacia la vida, transformándola, deshaciendo, contradiciendo, creando su propia historia; asimismo, catapultando hacia el lector u oidor los misterios, goces y sueños atrapados en el lenguaje. Por eso, no, no me equivoqué al predecir lo que devendría en Leibi Ng de continuar aquellas pesquisas, aquellas indagaciones sobre los desafíos que se abrirían frente a sí, a su vida, y la llevarían a desahogarse —cuarenta años después—, a plasmar como un desafío, como un fulgurante destello:

Apreso dos tiempos: / Uno en que yo misma me encontré / escuchando el Universo
Otro en que tus letras se hicieron bolero. / Hoy siento lo mismo que en aquella tarde:
pulso disparado y el júbilo de la sorpresa: / Mi árbol ilumina la estancia dormida. /
Un árbol de vida verde, azul turquesa, / un murano frágil de belleza nueva lo más cerca de ti / el amor certero que cruzaba el cielo / volaba, volaba sobre un mar en calma / sonreía blanca como una gaviota / abría sus alas con su envergadura como carta blanca / como una esperanza («Ficción del Unicornio» [Cuadriga])

Desde los primeros versos convertidos en epopeya —como los de Gilgamesh en aquella Sumeria atosigada por las búsquedas y los asombros-, el poema ha abrigado la historia y la ha transformado, convirtiéndola en continuo, en predicción, en apertura, tal como enuncia Leibi:
«Si me escondo / tras los calzones / coloridos de un payaso / camuflando de la rabia y la tristeza / mis sentidos… / Si me escondo / desde arriba para abajo / en la insegura levedad de este momento… / no es mi culpa. / Afuera está tan triste / y llueve.» /(«Ficción del Unicornio» [Si me escondo]).

Ese grito de Gilgamesh es el que se ha venido escuchando a través de Homero y todos los poetas a los que las civilizaciones han adherido a la historia (justo allí donde la palabra ha tenido el rol protagónico), tocándoles vivir y construir sus cantos para alertar lo inadvertido, lo que aún no es historia. Por eso, en el canto de Leibi Ng se mueve una luz que abate la sombra: «Un nombre, una mirada, un trago amargo / y los ojos avisan tempestades, / pulsos, intentos, situaciones, gritos, música, pasos / y el reverso de mi mano borra el rastro:
No tengo tiempo para regodearme / ni en mi alergia a los ácaros / ni en el dolor sentido. / Hay muchas más historias por delante / y otro sabor me aguarda en el cajón florido. / («Ficción del Unicornio» [Abro un cajón pequeño y brotan flores]).