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Convergencia

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Efraim Castillo

Solazo (2)
Sería interesante —para comprender mejor el poema El Remington— investigar la vinculación de nuestro pasado con la violencia ejercida a través de este fusil, sobre todo su vinculación con las acciones registradas a partir del 1863, año del Grito de Capotillo; asimismo, es también significativo conocer un poco más sobre el Remington, de quien Harold Leslie Peterson detalla su importancia en la conquista del oeste norteamericano:

“El Remington se comportó maravillosamente bien, tanto en las prácticas como en el polígono de pruebas, y de uno de los primeros envíos al oeste de este fusil se enteró Nelson Story, quien comandaba un grupo de treinta cowboys en Fort Leavenworth para defender las caravanas.

Cuando Story fue avisado que el jefe Red Cloud (Nube Roja) y los sioux estaban en pie de guerra, sin dejarse abatir por las noticias compró treinta Remington de culata móvil y los distribuyó entre sus hombres. La capacidad de tiro del Remington, de hasta diecisiete tiros por minuto, asustó de tal modo a los guerreros sioux (…) que se replegaron para reflexionar sobre la cuestión y dejaron que las caravanas continuaran su camino” (H. L. Peterson: Las armas de fuego [1967], p. 184).

Pero lo más importante que escribe Peterson no es el aspecto anecdótico del fusil Remington (magnificado por el cine en las películas del género western), sino su éxito mercantil. Peterson señala que en la Exposición Imperial de Paris (1867), el Remington de bloque giratorio constituyó un verdadero acontecimiento y fue escogido “como el arma más bella del mundo” y ganó la medalla de plata de la exposición (p.185). Explica Peterson que el ejército de Dinamarca “adoptó el fusil Remington ese mismo año y al año siguiente los ejércitos de Noruega, Suecia, y en 1869 los de España y otros países” (p.185). Peterson escribe que “en su país de origen, EEUU, el Remington fue acogido con reservas (y) los pedidos fueron escasos, por lo que unos treinta y tres mil fusiles Remington que fueron fabricados para la Marina y el Ejército de los EEUU tuvieron poca importancia” (p. 195).

En conversaciones sostenidas en 1982 con el general retirado Radhamés Hungría Morel, quien fue director del Museo del Hombre Dominicano, éste me manifestó que uno de los fusiles que se exhiben en el establecimiento que dirigió es, precisamente, un viejo Remington que perteneció al general Marcos Adón y data su construcción de 1863.

Según Hungría Morel, “ese Remington, posiblemente, fue comprado por Santiago Rodríguez en Cabo Haitiano, Haití, a un hermano establecido como comerciante en aquella ciudad haitiana, la cual estaba considerada, entonces, como el París de las Antillas”.

Me explicó Morel “que la fama y uso del fusil Remington se propagó tanto entre los años de la Restauración y los finales del Siglo XIX, que prácticamente a cualquier fusil le llamaban Remington”; señalándome que “el género fusil se confundía como Remington de la misma manera que hoy se confunde el género de las navajitas de afeitar con la marca Gillette”.