Jesús gritó con fuerte voz: Lázaro, sal fuera. Salió el muerto con pies y manos sujetos con vendas y el rostro envuelto en un sudario.
Jesús lloró” es el versículo más breve de la Biblia. Esas dos palabras constituyen una oración. Falta la circunstancia: ¿cuándo, dónde, por qué lloró? A Jesús le habían dicho que su amigo Lázaro estaba enfermo, este señor vivía en Betania, no lejos de Jerusalén, junto a sus hermanas Marta y María, quienes también eran amigas del Maestro.
Sin embargo, fue tardío para acudir a visitarlo. Cuando lo hizo, Lázaro hedía en el sepulcro con cuatro días de muerto.
San Juan dedica el capítulo once del cuarto Evangelio a la muerte y resurrección de Lázaro, y lo narra con detalles impresionantes. Cuando Jesús llegó a la casa, lo recibieron con llantos y hasta recriminaciones.
Preguntó dónde habían puesto el cadáver y mientras se dirigían al sitio fue cuando lloró. (Jn 11,35). Pura expresión humana, de hombre. Más adelante demostraría su otra condición: la divina.
“Dicho esto, gritó con fuerte voz: Lázaro, sal fuera. Salió el muerto con pies y las manos sujetos con vendas y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: Desátenlo para que pueda caminar”. Lázaro se paró y caminó. (Jn 11, 43-44).
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Sigamos leyendo al cuarto evangelista: Seis días antes de la Pascua, Jesús fue a Betania, donde vivía Lázaro, a quien Él había resucitado. Allí hicieron una cena en honor de Jesús; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban a la mesa comiendo con él.
María trajo unos trescientos gramos de perfume de nardo puro, muy caro, y perfumó los pies de Jesús; luego se los secó con sus cabellos. Y toda la casa se llenó del aroma del perfume. (Juan 12,1-4).
Los teólogos interpretan la resurrección de Lázaro como una demostración del poder de Jesús sobre la muerte. El capítulo once versa solo sobre este hecho. Juan inicia el capítulo 12, haciendo referencia a la resurrección de Lázaro.
Vale apreciar la indisoluble relación de este hecho con la resurrección de Jesús y con su proyección como un ser excepcional.
Sin la resurrección, Jesucristo fuera de la talla de otros profetas o de otros filósofos de la antigüedad.
Sócrates, por ejemplo, quien murió 399 años antes del nacimiento de Jesucristo, produjo, en Atenas, enseñanzas que aún perduran en el mundo de la filosofía.
Como el Galileo, no dejó libro, sino que sus discípulos, sobre todo Platón, recogieron su pensamiento en forma escrita, lo mismo ocurrió con Jesús. Ambos murieron por causa de sus ideas, la gran diferencia está en que Jesucristo venció a la muerte.
La resurrección de Jesús ha sido contada por los cuatro evangelistas. Mateo narra cómo se apareció un ángel ante María Magdalena y otra María y le dijo que Jesús no estaba en el sepulcro, que había resucitado. (Mt 28,1-16). Marcos también cuenta que un joven movió la piedra y les dijo a las mujeres (María Magdalena, María de Santiago y Salomé) que Jesús había resucitado.
Además, cita varias apariciones de Jesús. (Marcos 16, completo). Lucas también refiere el episodio de las mujeres que van al sepulcro, solo que agrega otro nombre: Juana.
El evangelio de Juan dedica el capítulo 20 a pormenores de la Resurrección y el 21 para contar las apariciones de Jesucristo después de resucitado. Con este Domingo de Ramos, inicia la Semana Santa, lo más importante no es el relato de la muerte de Jesús, sino la Resurrección.