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Descubrir Constanza

Descubrir Constanza

Efraim Castillo

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En febrero de 1964, el clima de Constanza era mucho más frío que ahora, y en todo el valle podía olfatearse el penetrante aroma de los pinos y el ajo recién cosechado. Mi compañera, absorta ante aquella belleza, me confesó esa noche -luego de una suculenta cena servida por Doña Cunda, preparada con alimentos producidos en la zona-, que Constanza le recordaba las historias narradas por su padre, nativo de las montañas de Ourense, en Galicia. “Este es un pueblo hermoso, Efraim”, me dijo.

Pero la sorpresa mayor aconteció al día siguiente, cuando sentados en el parque central observamos a los constanceros dirigirse a sus faenas a pie o sobre tractores, jeeps y camionetas, pero todos cargando sus aperos de labranza (rastras, arados, machetes, bombas de fumigar, etc.). Entre los transeúntes contemplamos rasgos asiáticos y al preguntarle a un limpiabotas por aquellas personas, nos respondió que “eran algunos japoneses que Trujillo había asentado en Constanza”.

La tarde de ese día nos enteramos que Constanza, además de la colonia japonesa, que ocupaba la zona sur del pueblo -a la salida hacia San José de Ocoa-, también albergaba una colonia española en el noreste de la comarca. Esa misma tarde visitamos ambas colonias y observamos con profunda admiración que la mayoría de las casitas lucían bien pintadas y con flores sembradas en sus frentes, como el resto de las viviendas de la ciudad.

Los días siguientes conocí varios parajes de Constanza: subimos a las lomas El Gajo y Culo de Maco y nos trasladamos al Convento —cuando este minivalle lucía pleno de vegetación y misterio. Asimismo, subimos a Valle Nuevo y La Nevera, en un viejo jeep propiedad de un primo de Doña Cunda, quien además nos llevó al salto de Aguas Blancas. Pero lo más importante fue conocer personas y hacer amistades.

Conocimos a dos muchachas que respondían al nombre de Nelly: una tenía el apellido Abud y la otra Soto; y a través de ellas nos hicimos amigos de un joven matrimonio formado por el constancero Miguel Ángel Matías y la japonesa Yoko Takata, una jovencita que ya estaba embarazada. Miguel Ángel resultó ser hermano de Daniel Matías, al que conocí en la Agrupación Política 14 de Junio.

También hicimos amistad con varios jóvenes que militaban en movimientos revolucionarios, como Bolívar Soriano y otros, los que me invitaron a dar charlas en un viejo club de madera situado al lado de una sala de cine, frente al parquecito central.

Desde luego, aquellas charlas produjeron mi expulsión del pueblo, la cual me fue comunicada por el jefe de la fortaleza —un coronel cuyo nombre prefiero olvidar—, a través de uno de los jóvenes recién conocidos.

Demás está decir, que la tristeza me invadió cuando tuvimos que abandonar Constanza. Pero este pueblo nunca abandonó mis recuerdos, porque los recuerdos amados se introducen en nosotros como garfios, como lanzas que taladran los músculos y los nervios, y dejan huellas ardorosas que nunca cesan.