Reportajes

El anuncio de una mayoría capaz de actuar como una aplanadora hizo daño a Bosch

El anuncio de una mayoría capaz de actuar como una aplanadora hizo daño a Bosch

Al ingresar al bachillerato, conocí a Fernando Ortiz Bosch. Fuimos condiscípulos en los dos años de inicio de ese nivel educativo.

Mediaba el decenio de 1950 y la presencia de Fernando en el curso abrió el camino al futuro conocimiento de su tío materno.
Otro tío materno de Fernando, don Pepito, era dueño de un solar en la avenida José Trujillo Valdez #6, contiguo, al Sur, de la ferretería de Robinson Bou.

Cuando el cabildo de la capital emitió la resolución que obligaba a limpiar e identificar los propietarios de solares yermos, mi imaginación conectó con el siguiente Bosch. Pregunté a Fernando si acaso éste otro Bosch era su pariente.

Y en efecto, era su tío. Pregunté a mi padre si la editorial Bosch, de Barcelona, era de origen dominicano. No, no era una empresa vinculada con los dominicanos. Pero, de las indispensables especificaciones, surgió la figura de don Juan Bosch.
Doña Ángela era un ser angelical. En cierta medida, su carácter se correspondía con su nombre.

Confeccionaba dulces para vender en el colmado del esposo, situado en la esquina de las calles Santomé e Imbert, detrás del Mercado Modelo. Ellos vivían en la calle Polvorín #8.

Sus hermanas vivían en el lado contrario de la calle. Pero en esa calle, ninguna persona como ella. Su esposo, don Fernando Ortiz, era trabajador incansable, callado y dedicado a su familia.

Muchas veces, si me veía rumbo al Parque Ramfis, hoy Eugenio María de Hostos, me llamaba para probar algunos de sus dulces.

Fernando se separó del curso al término del segundo año. Esto no impidió siguiese yo con las esporádicas visitas a esa casa. Por eso, al llegar don Juan al país en octubre de 1961, pude entrevistarme rápidamente con él, pues doña Ángela facilitó ese encuentro.

A los fines de contener la multitud deseosa de saludar al conocido dirigente, fuerzas militares cerraron la calle Polvorín en sus dos extremos, la Juan Isidro Pérez hacia arriba, y Mercedes hacia abajo.

Al mudarse don Juan al ensanche Esther Rosario, en la carretera Sánchez, seguí visitándolo. Sacha Volman, a quien se atribuía entonces haber alquilado la vivienda, entendió que tanto la campaña política como las reuniones, obligaban al ya prácticamente candidato, a tener un lugar apropiado para recibir visitas.

Tras el triunfo del 20 de diciembre de 1962, y mientras viajaba a Europa, se alquiló una vivienda más amplia, de dos plantas, junto al hospicio Santa Rosa de Lima, en la avenida Independencia.

Aún en esta residencia, situada casi frente al palacete que era residencia del embajador del Reino Unido en el país, don Juan siguió llevando la vida sencilla característica de él.

Pero en su regreso del viaje, a mi entender, incurrió en yerros que, con el andar de los días, habrían de dar pie a confrontaciones tan innecesarias como contraproducentes para cuanto pregonaba como un régimen democrático.

Al bajar del barco comercial en el cual realizó la travesía del retorno, aseguró tener una mayoría aplastante, suficiente para barrer en la Administración Pública.

Con este pronunciamiento se inició una confrontación con la Federación Nacional de Empleados Públicos y Entidades Autónomas (Fenepia). A lo largo de los siete meses, éstos organizaron varias huelgas en oficinas públicas.

Las mismas discrepancias tuvo con Sitracode, el sindicato de la Corporación Dominicana de Electricidad (Sitracode).
Los sindicatos de los ingenios azucareros fueron por igual, discrepantes de sus acciones.

Quien era el secretario general del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), don Ángel Miolán buscó aminorar los efectos de las luchas de los trabajadores del azúcar, pero don Juan no le prestó atención.

En cierta medida, estos choques alentaron a los sectores contrarios a muchos de sus planteamientos políticos. De ahí al golpe de Estado, todo fue una.

El Nacional

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