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El Caballo

El Caballo

Pedro Pablo Yermenos

Un hotel del este fue su lugar de encuentro. Pese a todo lo que las circunstancias permitían presumir con una mirada superficial, ni ella era una europea desesperada por saciar apremios de la carne, ni él un oferente de atributos físicos a cambio de míseros euros. La vida los uniría, porque sus diferencias solo eran aparentes.

 Rubia caucásica despampanante, con español pobre, apenas aprendido durante un verano compartido con la colombianita alojada en su casa noruega a través del sistema de intercambio. Él, negro descendiente de cocolos, se comunicaba con ella con el fluido inglés heredado de su abuelo paterno, llegado desde una pequeña isla del Caribe anglófono.

 La empatía fue inmediata. Estaban deslumbrados por los seductores atractivos que implicaban sus antípodas raciales. Ella abandonó al grupo con el cual compartía excursión; él descuidó sus clases de aeróbicos, porque el único interés de ambos era transitar la ruta que los conducía a descubrir sus comunes preferencias.

 En ese camino, él supo de su pasión por la música caribeña, de manera particular merengue y salsa. De esa forma empezaron los primeros acercamientos. Después de las presentaciones nocturnas, iban a la discoteca donde él se convertía en su hábil maestro desde que sonaban acordes contagiosos de los mejores intérpretes del baile dominicano.

Quedó sorprendido del nivel de conocimiento que ella tenía de nuestra música, hablando en detalle de sus afamados exponentes. En ese momento, decidió hacerle lo que consideraba el más exquisito obsequio.

 El fin de semana siguiente estaba libre y a ninguno de los dos les pasó por la cabeza interrumpir las maravillosas horas que estaban compartiendo. Sin vacilar, le propuso que se fueran a Santo Domingo y sin completar la invitación, recibió por respuesta una eufórica aceptación acompañada de un beso a milimétrica distancia de su boca africana.

 Era noche del lunes. El evento era en la sede del famosísimo espacio de fiestas que había convertido en tradición un espectáculo bailable ese día de la semana. Ella apenas reparó en el detalle porque su mundo empezaba a girar alrededor del hombre que tan atractivo le parecía.

 Partieron a las diez de la noche. Una hora después, ella no podía creerlo. Sentir el roce de aquella figura imponente que pasaba a su lado con ese ritmo inigualable que, moviendo sus caderas, tarareaba “merenguero hasta la tambora”. Él, se sentía feliz al ver su enamorada extasiada al escuchar “oye qué rico Mami”.

Por: Pedro Pablo Yermenos ppyermenos@gmail.com