Roma, (EFE).- En las sociedades indígenas matriarcales, las mujeres dictan las normas y el sentido de comunidad prevalece en pleno respeto por la naturaleza, unas costumbres que pueden inspirar al resto del mundo si se preservan.
Los Minangkabau, más de cuatro millones de personas que habitan la parte occidental de la isla de Sumatra en Indonesia, constituyen la comunidad matriarcal más grande del mundo. Esto significa que las madres ocupan el centro de la sociedad- son ellas las que toman las decisiones, custodian la naturaleza, y se encargan de los bosques y la agricultura. Y no ven esfumarse su derecho a acceder a los recursos naturales, como sucede en muchos sistemas patriarcales. “Nuestras propiedades y herencias van a las mujeres, ya que se transfieren a las hijas.
Las gestionamos, pero no podemos venderlas. La tierra para nosotros es comunal”, detalla a Efe Nofri Yani, integrante de ese pueblo, único en ese aspecto frente al resto de indonesios. Los hombres apoyan las actividades de las féminas, responsables de llevar el alimento a la mesa, y tienen la “obligación” de plantar árboles –coco, mango o aguacate- antes de casarse para poder obtener ingresos.
Yani considera que hay igualdad de género, puesto que ellos también ejercen de “líderes en nombre de sus madres y hermanas”. Su ilusión es poder seguir viviendo “en armonía con la naturaleza” y documentar sus saberes para que no se pierdan en un mundo en el que “la modernización no se acomoda a sus necesidades”.
La indonesia viajó a Roma tras participar en un programa de becas de jóvenes indígenas promovido por la ONU y otras instituciones con vistas a potenciar su gestión de los recursos, pues los pueblos nativos manejan el 80 % de la biodiversidad del planeta. Hasta 280 plantas comestibles gestiona la comunidad matriarcal Khasi, de apenas 400 miembros en el noreste de la India, explica su integrante Merrysha Nongrum.
Asegura que las mujeres se reúnen en el consejo local, una “plataforma en la que expresar sus puntos de vista y ocuparse de los recursos comunitarios” mientras les toca afrontar problemas inmediatos como la pérdida de variedades locales, la falta de oportunidades laborales o el avance de los monocultivos. Para el futuro, Nongrum confía en poner en marcha un banco de semillas, ampliar el mercado agrícola, llevar la agroecología a las escuelas y aprender más sobre los derechos de los campesinos. En el mundo se han documentado más de 150 sociedades matrilineales, aquellas en las que el sistema de parentesco sigue la línea materna de un individuo.
El Atlas etnográfico de George Murdock las cifraba en un 12 % de los más de 1.200 pueblos identificados en esa obra de 1967. Aunque su comunidad maya en la península del Yucatán (México) no tiene una estructura matrifocal como las anteriores, el joven Edgar Oswaldo Monte valora el rol que las mujeres allí cumplen como “administradoras de los bienes”. “Los hombres se centran en la producción, pero las mujeres deciden qué se come cada día y saben cuánto alimento necesitan en casa, de cuántos recursos disponen y los precios a los que venderlos”, sostiene. Monte lamenta que ciertas prácticas tradicionales se han vuelto menos eficientes por el cambio climático y las presiones externas- las lluvias no se predicen tan bien como antes con el calendario lunar y tampoco sirve observar los insectos porque los pesticidas están acabando con ellos.
La alimentación de los indígenas está íntimamente ligada a la variedad de especies, apunta el experto de la Organización de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO) Yon Fernández de Larrinoa, que recuerda que también ellos sufren malnutrición. Según la FAO, el hambre o la carencia de micronutrientes que padecen muchas de esas comunidades se deben a la pobreza en la que a menudo viven, sobre todo tras la pérdida del control de sus tierras. Además, muchas especies nativas ricas en nutrientes han sido abandonadas o las utilizan poco en sus dietas.
Lukas Pawera, del centro de investigación Bioversity, llama a apoyar la diversidad de esos sistemas alimentarios y, sobre las sociedades matriarcales, destaca sus “valores únicos”, que pueden servir de referencia en la lucha contra el cambio climático o por la igualdad de género. EFE